La naturalización de la violencia como método educativo
Durante la tarde del sábado 16 de Junio se viralizó por medio de distintas redes sociales un video de escasos segundos de duración en el que aparecen varios alumnos de un centro educativo de la capital siendo "reprendidos" por el inspector de la institución. El video, que llegó a manos de las autoridades educativas causó malestar puesto que ,en el mismo, se aprecia como el docente, encargado de mantener la "disciplina y el orden", al más puro estilo "de la vieja escuela" golpea a los educandos con una vara de madera en sus glúteos a manera de reprimenda.
El Ministerio de Educación a través de la Subsecretaría de Educación del Distrito Metropolitano de Quito anunció en rueda de prensa que el docente de la unidad educativa, en donde desde hace 20 años venía ejerciendo sus funciones, fue separado de la institución mientras se investiga lo sucedido y se determina cuales serán las acciones a tomar a futuro.
Las autoridades administrativas del plantel no se han pronunciado sobre los hechos, además durante la mañana del lunes 18 de junio se debió mantener una reunión entre autoridades, padres de familia de los alumnos y los adolescentes protagonistas del vídeo con el fin de esclarecer la situación y encontrar los mecanismos de resolución adecuados frente al conflicto.
Sin embargo, esta las medidas adoptadas en contra del docente han levantado toda una ola de indignación por parte de una gran cantidad de estudiantes y padres de familia del plantel quienes exigen que sea reintegrado de manera inmediata a la institución educativa. De hecho, la mañana del mismo lunes un grupo considerable de padres, madres, alumnos y ex alumnos de la institución se tomaron, a manera de protesta, una de las principales arterias viales capitalinas coreando consignas a favor del docente pues, a su criterio, el profesor separado cuidaba de sus hijos y los disciplinaba. Ellos piden que se lo reintegre porque es un maestro que "corrige" y, agregan que, aunque no todos están de acuerdo, "somos la mayoría” de padres los que piden su regreso.
Frente a tal situación se han emitido desde varios actores toda clase de comentarios, clasistas, incoherentes, misóginos y retrógrados. "Ni que fueran niñas para que se quejen" "Así se corrige a esos delincuentes", "Lo que los taitas no pueden hacer que haga el profesor" y demás desatinos alumbrados por quienes enarbolan el garrote como estandarte y herramienta del orden.
Ante tal panorama se abre entonces un amplio debate sobre las formas en las cuales reproducimos el esquema de la violencia sistemática que está, a mala hora, completamente naturalizado en nuestra cotidianeidad.
Desde el núcleo familiar nos han enseñado, o nos hemos visto obligados a aprender, que "si nos pegan es porque nos quieren", que "la letra con sangre entra", o que los golpes le duelen más a quien los avienta que a quien los recibe. Nos hemos acostumbrado a concebir a las actitudes impulsivas como único mecanismo para imponer respeto y disciplina, dejando muchas veces de lado mecanismos como el diálogo, el debate o la simple racionalidad de indagar en el problema real que conduce a determinadas conductas.
Esta naturalización de la violencia cómo único mecanismo para criar hombres y mujeres "de bien" se extrapola lamentablemente al sistema educativo, a las aulas en donde, lejos de formar intelectos o crear conciencias, se merma la capacidad crítica del estudiantado en nombre de valores arcaicos y anacrónicos como el "honor" la "virtud" y el triste y vacíamente célebre "prestigio institucional".
Debemos tener conciencia sin embargo de que el entorno que nos rodea es violento y hostil. Pero ¿por qué nos vemos avocamos a pretender modificar las conductas que son paridas desde y por ese mismo entorno con más violencia y hostilidad? Es quizá la impotencia de no conocer, no saber, no querer o no intentar crear nuevos mecanismo que permitan romper con el ciclo.
Se abre también la reflexión sobre el modelo educativo y pedagógico del país, un modelo desgastado, en dónde se ve al alumno cómo recipiente vacío que debe ser llenado y modelado por la "amplia" e "irrefutable" sapiencia del "docto" profe. La modificación en las oxidadas estructuras educativas del país es urgente, los docentes, así como los alumnos deben entender que la educación no es un práctica coercitiva, no es un ejercicio jerárquico que se aplica unidireccionalmente y sobre todo que la disciplina autoritaria no es el mecanismo idóneo dentro de las aulas de clase.
Otra de las aristas que nace a partir de estas discusión tiene que ver con el tema de "forja carácter" como dicen varios comentarios. Referente a esto deberíamos estar de acuerdo en que sí, es necesario hacernos de herramientas tanto físicas como psicológicas que nos permitan no sucumbir ante la indolente rudeza del mundo, que es necesario también formar gente fuerte y capaz de sortear las condiciones en las que hemos nacido y que nuestra formación como república bananera no ha hecho más que endurecer. Pero esto nos lleva al punto de inicio ¿Se "forja carácter" replicando la violencia en todas las esferas? No sería mejor forjar mentes fuertes que estén dispuestas a redirigir esa violencia hacía donde debe ser encausada y empleada cómo mecanismo completamente legitimo y válido, dígase las construcciones de procesos de orden contestatario y revolucionario. A criterio personal, el maltrato y el ejercicio de la violencia al interior de las clases dominadas lejos de forjar algo, más bien castra toda posibilidad de avanzar hacía cualquier alternativa a este sistema.
Quedan entonces expuestos una serie de criterios que invitan a repensar nuestros métodos barbáricos de aprendizaje, debemos abrirnos a la posibilidad de prevenir en lugar de castigar y de enseñar en lugar de someter, es imperativo romper con esta especie de síndrome de Estocolmo que nos lleva a abrazar y defender a nuestros agresores o será quizá que don Vicente Rocafuerte tenía razón cuando sentenció que "a un pueblo de ingobernables, hay que tratarlo a palazos".