¿Periodismo militante?
Desde hace ya varios años, el famoso paradigma de la objetividad de la prensa ha ido en decadencia. Las razones son claras: nunca ha existido ni es posible dicha objetividad, fundamentalmente porque el periodismo es practicado por seres humanos, quienes siempre – por mayores filtros de neutralidad que se intenten aplicar- impregnarán sus trabajos con su visión, valores y emociones. No es secreto que, como periodistas, todo depende de nuestra elección (o la del dueño del medio…), los temas a divulgar, los ángulos de análisis, las formas, los espacios de difusión; por lo tanto, no existe tal cosa como la objetividad. Lo que si debe practicarse es la rigurosidad y la honestidad, esto es, el contraste de las informaciones, la verificación de los hechos, el uso y respeto de las fuentes y en general, la premisa básica de no mentir.
Bien sabemos que esta premisa no siempre ha sido cumplida, en función de egos o de los intereses del poder. Quien controla la información, tiene el poder. En el mundo de hoy, sobresaturado de información y lleno de plataformas digitales que marcan un acelerado ritmo en la transmisión de los datos, el periodismo se enfrenta a la tarea de adaptarse sin perder su función primaria: informar como servicio público. Servir.
Cuando se distorsiona el concepto de servicio, se diluye la responsabilidad sobre lo que se divulga o se admite francamente que se sirve a los poderosos, el problema no es de funcionamiento, sino deontológico. Entonces, en ese sentido, el periodismo vinculado a la militancia (de izquierda) se convierte también en una necesidad. Estamos obligados a ejercer, desde nuestros espacios políticos y sociales, la responsabilidad de difundir otro tipo de realidades, aquellas que suelen ocurrir a la vista de todos, pero que – paradójicamente- son las silenciadas e invisibilizadas por los grandes medios, abiertamente al servicio del capital. Y cuando decimos “grandes medios”, ampliamos el concepto clásico de los medios tradicionales y lo entendemos como el conglomerado total que incluye también a las llamadas redes sociales.
Estas últimas han cambiado radicalmente la manera en que la sociedad consume la información. Todo es inmediato, incomprobable y fácilmente propagable. Las mayorías; con ningún, poco o restringido acceso a la política real, sirven como repetidores masivos de rumores, chismes y noticias falsas. Adicionalmente, de manera casi voluntaria, entregamos nuestra información privada en redes, y contribuimos a armar esa BigData con la que trabajan las grandes corporaciones y gobiernos para mantenernos dominados. Porque si, como escribió Orwell: “La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”.
Hay que decir que no se trata de considerar a las masas como entes no pensantes y fácilmente “dominados”, cuando hablamos de dominación, nos referimos a esa capacidad de mantener al sistema capitalista con la complicidad por ignorancia u omisión de gran parte de la sociedad. Los mecanismos de este siglo XXI, aparentemente sutiles, son extremadamente peligrosos y violentos. Bajo las banderas del ego (demostrar constantemente “quienes” somos y qué hacemos en redes, por ejemplo) o del “quemeimportismo” (no me importa la política, no creo en nada, ni en nadie) armamos una gran red que sirve para sostener a un sistema destinado a acabar con la vida, y no hablamos solo de la vida humana.
En este contexto desalentador, es imperativo que desde la izquierda practiquemos un periodismo militante, es decir, uno que no deba esconderse tras premisas de un principio falso como el de la objetividad, pero que si asuma la noción de servicio y la responsabilidad de informar y formar con honestidad y ética, dentro de nuestras posturas ideológicas. Encarar de frente el antimperialismo, el feminismo, el ecologismo, el bolivarianismo y en términos generales, el de la defensa de la vida frente a la monstruosidad que representa el capitalismo para el planeta. Que finalmente al menos en eso debería coincidir la izquierda.
Decía Mariátegui en 1923, hablando sobre lo que llamó “la gran crisis contemporánea del capitalismo”, que el proletariado no era un espectador sino un actor, y que necesitaba “ahora como nunca, saber lo que pasa en el mundo. Y no puede saberlo a través de las informaciones fragmentarias, episódicas y homeopáticas del cable cotidiano”; a 96 años de aquel análisis podemos decir que la crisis del capitalismo no hizo más que agravarse, y que efectivamente la sociedad (el proletariado) requiere más que nunca saber qué es lo que pasa. Ya no hablamos de cables, sino de miles de productos comunicacionales emitidos en todos los formatos posibles. La tecnología avanzó en rapidez, pero no en la calidad de los contenidos. Nadamos en un mar de basura. Y no se trata de ser esa izquierda que reniega del uso de lo que ya existe. Se trata de reapropiarse de estas tecnologías y de dar nuevos significados a la sociedad, para que ésta pueda despertar, pensar, resistir y - ¿cómo no? - organizarse. Ya nos decía Lenin, el soviético, obvio: la revolución no se hace, se organiza.
Entonces, a emprender sin temores la práctica de un periodismo militante, formador y transformador, que nada tiene que ver con la cómoda lucha detrás de una computadora y una conexión a internet. Está muy claro que la protesta masiva con posts y estados, o el reenvío de imágenes y/o textos a través de mensajería instantánea, nos ayudarán poco y nada si continuamos haciéndolo de manera desorganizada, chapucera y sin sustento teórico – ideológico. Todos nuestros productos comunicacionales deben ser pensados y adaptados al mundo de hoy, y en eso la derecha nos lleva kilómetros de ventaja. Que esa realidad no nos desanime, sino que, por el contrario, nos lleve a ser eficientes en el eterno sueño y gran tarea de querer salvar al mundo.
Referencias:
Mariátegui, José Carlos: El proletariado y su organización. Ideas y análisis. P.10. Junio 1923. Grijalbo. (1970).
Lenin, Vladimir Ilich: El Estado y la Revolución. Editorial Progreso. 1972