Recordar no es suficiente
Cuentan 526 años desde el fatal encuentro entre el hombre blanco y nuestros ancestros, cuyo resultado sería uno de los más grandes genocidios de la historia humana, evento que, hasta nuestros días no alcanza a ser comprendido por las sociedades que habitan lo que hoy conocemos como América.
La historia de este continente se ha escrito con la mano del conquistador, no existió un antes de la “conquista”, sino un después, al parecer los pueblos que habitaban las vastas tierras de Abya Yala vivían en un territorio sin tiempo; nuestra historia empieza así, según el relato de los “vencedores”, con la aparición de cruces y espadas. Decimos que recordar no es suficiente, pues la historia no es un evento temporal estático, cuyas implicaciones cesan cuando determinada época ha finalizado. La historia es aquello que nos recuerda de dónde venimos, por lo que resulta necesario reconocer aquel pasado como parte integrante del presente, del que somos parte y continuación histórica.
Los invasores españoles pusieron sobre los hombros de millones de mujeres y hombres todo un sistema de adoctrinamiento y exterminio que los borró de la historia, algunos pocos se han convertido bajo el paraguas del Estado nación de la modernidad capitalista en pueblos y nacionalidades, con algún derecho a saber, mientras otros tantos, son apenas pueblos sobrevivientes, retazos de historia.
En la modernidad capitalista el Estado nación se han encargado de asimilar y homogenizar las diferencias, a semejanza de una clase dirigente diferenciada, que en América se expresa de la siguiente manera: hombres blancos y mestizos, que profesan el catolicismo y hablan castellano, heterosexuales, tecnócratas, etc. Desde esta perspectiva, a veces con “éxito” y otras sin “éxito”, los pueblos y nacionalidades han sido incluidas – como si fuesen invitados a construir la historia – en las agendas del Estado, sin que exista la suficiente voluntad, a partir del reconocimiento, para integrarlos desde su racionalidad.
Desde luego, dicho proceso de “integración”, de ser realizado con éxito significaría una catástrofe para la racionalidad capitalista, pues sería el choque de dos mundos antagónicos, irreconciliables, las sociedades de lo único versus las sociedades de lo múltiple, la homogenización versus la complementariedad. Sin rayar en el esencialismo, característica atribuida por quienes, desde la contemplación colonial, atribuyen facultades casi inmaculadas a los pueblos y nacionalidades, existe un potencial en las prácticas sociales – aquellas que el capitalismo aún no vuelve mercancía – del mundo indígena que nos permiten tensionar la sociedad capitalista, cuyas manifestaciones aportan elementos para pensar una modernidad democrática, no capitalista.
Puede ser que las ideas estén claras, que reconozcamos las tradiciones organizativas y prácticas sociales del mundo indígena sin sacralizarlas, sin embargo, si no tensionamos el racismo, sexismo y clasismo de nuestras sociedades, seguirá siendo insuficiente. Es por ello, que el reconocimiento en medio de la diversidad, es básico para la elaboración de un proceso que no integre las diferencias en palabras, sino en hechos contundentes. Este reconocimiento no debe ser un mero acto de “tolerancia” o “respeto” con los pueblos y nacionalidades, sino un ejercicio de alteridad que reconozca aquel “pasado viviente” como propio.
La izquierda tradicional históricamente ha levantado una consigna que ha sido insuficiente, “unidad obrero, campesina, estudiantil” se ha repetido hasta el hartazgo, sin que en los hechos, distintos actores diferenciados por características étnicas y culturales puedan reconocerse, a profundidad, los unos a los otros en una misma agenda de lucha, más allá de eventos coyunturales. Y es que la izquierda, también atravesada por la racionalidad de la modernidad capitalista, ha adolecido históricamente de los mismos vicios de herencia colonial que la “sociedad burguesa.” En este sentido, los pueblos y nacionalidades – también el campesinado pobre –, han sido considerados como sujetos atrasados, en el mejor de los casos retaguardias sujetas a dirección “proletaria”, en similar perspectiva al desarrollismo occidental.
Es imposible pensar la transformación de nuestra sociedad sino apostamos por el reconocimiento militante entre mestizos e indios – el pueblo afro ecuatoriano es otro sector con el que la izquierda tiene una deuda histórica –, sobre un proyecto de liberación que incluya las particularidades.
No basta con recordar el 12 de octubre, sino no estamos en la capacidad de reconocernos como parte integrante de la historia de los pueblos y nacionalidades, sus batallas, victorias, derrotas, héroes y heroínas. La lucha por la memoria y la dignidad este 12 de octubre, es también la lucha contra el racismo, el capitalismo, el patriarcado y el Estado nación.