Las pérdidas en tiempos de aislamiento social
Los impactos que producen en la vida de las personas las medidas que adoptaron los gobiernos para evitar el contagio del Covid-19 se observan en los procesos subjetivos de las personas, en tanto está dirigido a la reducción del sujeto a su mera existencia biológica, que lo obligan a renunciar a su condición de “sujeto laboral, como padre de familia (proveedor), como madre proveedora, o en el caso de los niños como sujetos en constitución” (Bleichmar,S:2003), es decir las narraciones alrededor del discurso epidemiológico, olvidan lo que nos estructura como sujetos, y eso provoca mayores conflictos al interior de las personas. Significa que no podemos cumplir con esos roles, y nos afecta en nuestro estado de ánimo e incrementa la angustia y la incertidumbre.
Las acciones comunicacionales, se han centrado en un enfoque epidemiológico, y no encontramos por ningún lado, que nos hablen de la protección del trabajo, del acceso a los alimentos y servicios, simplemente nos hablan como que nosotros somos la fuente de contagio, esto incide en el proceso de de-subjetivación, en otras palabras, no encontramos realmente la protección del Estado, y la sensación de desamparo empieza a percibirse con mayor fuerza. Da pesar que iniciaron los despidos de trabajadores, públicos y privados, y la reducción de los salarios.
Hay unos protegidos y son las minorías empresariales, los otros -la mayoría- los elegidos para sacrificar lo poco que se tiene para evitar nuestra tragedia. Nosotros que pagamos los impuestos, los que sostenemos el aparato productivo, y que nos beneficiamos muy poco de aquello, debemos ahora sostener la crisis. Se habla de inoperancia gubernamental, no es inoperancia, es que eligieron a quien proteger y no somos nosotros. Lo sagrado ya no es la vida de las personas, si no “las mercancías, el dinero, el mercado y el capital como un gran objeto de devoción” (Hinkelammert, F:1980).
Pero el sentido de mayor tragedia es la que gira alrededor de la muerte. ¿Cómo llorar a los muertos?, si no se puede hacer el duelo, la indolencia gubernamental llega a su clímax, pues no se permite el rito de la despedida, se asemeja a la experiencia de los desaparecidos, hasta nuestros muertos son mirados con peligrosidad, la pérdida ocurrió de forma fortuita, y “sus fantasmas” invaden la angustia del encierro sanitario. Devela nuestra fragilidad, que podría ser aceptada y llevadera si tuviésemos la sensación de protección por parte del Estado, pero ni en ese momento vital que significa la muerte, la sentimos.
La violencia de esta magnitud “destruye la capacidad de generar historia” (Sluski, C:2011), y eso origina la sensación de “perdida ambigua, y su efecto de presencia y ausencia” (Sluski, C:2011), mirar las imágenes de personas fallecidas en la vía pública nos deja una marca en nuestra vida anímica y agudiza la angustia, que nos produce lo mencionado con respecto del rol, la sobrevivencia y la sensación de desamparo. Y la imposibilidad de hacer el duelo y despedir a los muertos, produce un obstáculo para tramitar en el espacio y el tejido social el sufrimiento de la pérdida, el encierro impide la apoyatura.
La demanda de protección implica dignificar la vida y la muerte, e implica la protección real y no imaginaria del Estado con respecto del trabajo y el salario, dignificar el proceso de la enfermedad y es dignificar la pérdida.