La lucha por los corazones y mentes de Brasil
La ideología importa y mucho y el sentimiento religioso no es una alienación ni mucho menos el idealismo o la dimensión utópica de la lucha son “malos”. Tampoco “dilemas de falsa conciencia”. Por lo contrario, es una resultante entre un cambio ideológico, la alteración en la relaciones sociales y en las instituciones colectivamente controladas que residen chances reales de mudanzas profundas. La complejidad del tema y la observación de lo que ocurre en nuestro país, implican la desconstrucción de algunos mitos de las “modernizaciones”.
Existe un sistema de creencias paracientífico, diría que afirma algunos equívocos. Uno de estos es la noción de que “las condiciones de existencia determinan las condiciones de conciencia”. Así, en el marco de los preceptos cuadrados de la línea de la unión soviética (obs. Recordando que la Unión Soviética era todo, menos gobernada por el poder de los consejos de los trabajadores y soldados), existiría una fantasía sociológica de la “clase en sí” y la “clase para sí”, con vanguardias auto-elegidas dentro de la razón universal”. Interpreto esta visión de una forma tacaña de la teoría de historia en algo que rivaliza con el sentimiento religioso, pero a través de un instrumental “científico”. No toda visión modernizante es tributaria del modelo estalinista, pero existió similitud en una escala global.
En el periodo de la Guerra Fría, además del bloque europeo del Este – tachada como “la Cortina de Hierro”, en aquella época – las teorías de modernización gobernaban los corazones y mentes dentro de la era de la economía planificada y de los treinta años gloriosos del capitalismo. Como la mentalidad de los que toman decisiones opera a partir de determinaciones, luego, sería determinante la movilidad social dentro de las sociedades urbanas, con acceso al estudio, créditos para consumo y vivienda, transporte integrado y otras características de la modernidad. Así parece que tal estructura de esta mentalidad operó durante la llamada “Era Lula”, donde existió una promoción social masiva de la base de nuestra sociedad, pero sin una mudanza estructural en la significación derivada de la misma movilidad. Mejor dicho: La mayoría no procesó la información como siendo fruto de un “gobierno progresista a través de un pacto de clases”.
Luego, ¿la casi reserva electoral no rindió lo que debería? ¿Por qué? Una de las causas evidentes fue la negación del populismo, es decir, negarse a organizar una parcela –del 5 al 10% por ejemplo- de los beneficiarios de las políticas públicas como una garantía de permanencia en el Poder Ejecutivo a través del voto indirecto, produciéndose así, el bloqueo de hecho del sistema político. Rasgaron el manual por dos veces; no podía ser de otra manera. Mientras tanto, en el piso de abajo, donde la sociedad post colonial realmente existe, vampirizaban los hechos del lulismo.
Puedo y debo ser cuestionado. ¿Por qué de nuevo? Si bien es cierto, incluso en un momento de necesaria unidad, es necesario de un debate franco, sin sectarismo, pero sin escamotear nada. No existió una gota de autocrítica, por consecuencia, no hay ni habrá una reflexión densa y así todo puede repetirse. Específicamente en la parte que me toca en este latifundio teórico-político, quedo sin comprender a la derecha más rancia. Hicieron y hacen un griterío de “revolución cultural” de base gramsciana. Hay gente mucho más enloquecida afirmando “más Mises y menos Paulo Freire”. Las apostasías neoliberales aparte, lo que menos tuvimos en la Era Lula, fue Gramsci y Freire, así, con todo lo que el lulismo no hizo fue el “populismo latinoamericano”. Si lo hubieran hecho, no habría caído, o al menos, no tan fácilmente.
Algunos datos de los gobiernos de Lula (2003-2010), y el periodo de Dilma en la presidencia (2011-2016), indican que la movilidad social fue de alrededor de 44 millones de brasileños. Otros números apuntan que el total de personas favorecidas por ciertas políticas públicas como Mi Casa Mi Vida, Bolsa Familia, Pronatec, Prouni, Luz para Todos, IPI Reducido, Vale Reforma, Vale Cultura, Línea Blanca, Línea Gris, entre otros, llegaría a más de 62 millones. Es un hecho, que un cuarto de la ciudadanía del país más desigual del mundo industrializado y más violento del planeta, fue atendida por acciones del gobierno. Luego, si tanta gente tuvo una mejora de sus condiciones materiales de vida, era de esperarse una mudanza automática en la perspectiva ideológica y un alineamiento al proyecto del país, entonces vigente. ¿Cierto? Absolutamente falso.
La materialidad concreta y lo cotidiano inciden sobre nuestra percepción del mundo sobre la vida, pero eso por sí mismo no altera nuestra mentalidad y peor aún no transforma conciencias. Para dar un significado a las políticas públicas, el gobierno depuesto debería querer hacer justo lo que nunca quiso: organizar la base de la pirámide social y traducir las “mejoras” como conquistas colectivas, por encima de las capacidades individuales. No es que los individuos, las mujeres y los hombres de Brasil, no sean meritorios de que sus vidas mejoren, pero la ignorancia política, sumada a la manipulación grosera de la fe ajena (blasfemando las palabras y las obras de Cristo todo el tiempo) y el culto al individualismo estadounidense, hace de la conquista material una derrota ideológica. La consecuencia es el desencanto en cuanto a un modelo ruin de la también derrota ideológica de Dilma en el segundo mandato, gobernado con Joaquim Levi y cumpliendo los designios de los especuladores y financistas.
Romper el cerco de la burbuja del internet y el desencanto, sumado a la sobrevivencia durante el tercer año de recesión consecutivo, no es tarea fácil, pero puede servir como una lección histórica. La traumática experiencia de los asesinatos de Marielle Franco y Anderson Gomes en Río de Janeiro, demostró que es posible juntar la indignación colectiva con la práctica de un ecumenismo de liberación, exigiendo respuestas por parte del aparato del Estado para la falta de derechos. Pero la indignación necesita ser canalizada hacia algo permanente, tanto en un posible esfuerzo de la unidad a través de las luchas sociales, como también en un diálogo entre los sistemas de creencias, aislando a los manipuladores y atrayendo hacia una agenda constructiva y ciudadana de los manipulados.
La lucha social brasileña es diaria, esta opera de forma independiente al calendario electoral. Más importante de elegir una candidatura, es tener condiciones de fuerza para revertir leyes y medidas absurdas tomadas por el gobierno ilegítimo, y eso en el primer semestre del 2019. Al lado de la organización de base –imprescindible e prioritaria- esta fuerza social necesita ser transmitida como potencia ideológica, afirmando la vida y la sociedad por encima de la villanía criminal de los que quieren los recursos del Estado solo para la clase dominante de la población. La lucha también es –y siempre fue- por corazones y mentes.