El coronavirus reproduce las desigualdades

gfg
Jueves 7 de Mayo de 2020

 

Nuestra nueva realidad, en la cual el coronavirus condiciona la mayoría de las directrices y comportamientos de las personas, resalta el carácter diferenciado que el trato de la pandemia ha tenido en el mundo, además de reproducir las desigualdades que imperan a causa del capitalismo, dentro del tejido social. Resaltan y se evidencian también las relaciones de interdependencia y explotación que plasman la realidad colectiva, vivida por la mayoría de la población mundial, así como la estructura clasista que permea nuestras sociedades.

El darwinismo social profesado por las élites económicas mundiales, encuentra cierto reflejo en sus enunciados actuales, entre los que vuelven a resurgir las pugnas históricas entre un mercado invisible y los pueblos explotados por el mismo. La doctrina del “todxs contra todxs” se enuncia, esta vez, desde un enfoque en el cual la vida humana, termina siendo un cálculo más de la ecuación llamada crecimiento económico. Tal parece que la correlación productiva de fuerzas se reajusta hacia los sectores que sostienen la vida, lxs productorxs de alimentos, lxs trabajadorxs invisibilizadxs por una sociedad que cuenta su riqueza en cifras moneterias y signos de dólares, y no en su capacidad de autosuficiencia, solidaridad y la suma colectiva de las fuerzas sociales. Al mismo tiempo, una suma hasta ahora impredecible de la población pasará al desempleo, poniendo en peligro la vida de millones de personas. La lógica del capital se reconfigura en tiempos de pandemia y esto no es necesariamente a favor del trabajo.

En un principio, la gravedad que se confirió al Covid-19 no se asemeja a recientes pandemias que afectaron sobre todo al Sur global. Nos encontramos en medio de una cuarentena mundial, inducida por el carácter de emergencia que sugirieron desde un inicio los organismos internacionales y la mayoría de los gobiernos occidentales, impregnado por una lógica eurocéntrica en sí misma. Ahora que el virus afecta a Europa y al Norte global en general, y no se limita a afectar a los pueblos del Sur -como el ébola en África o el dengue en los trópicos de la periferia capitalista- las medidas tomadas por la comunidad internacional difieren sustancialmente de las otras dos pandemias nombradas que le antecedieron al Covid-19. El mundo y una parte de su maquinaria de producción y consumo, llegaron a un momento de suspensión en el espacio con dinámicas sin precedentes en la historia reciente.

Dentro de este escenario, la lógica capitalista vuelve a reproducirse en su carácter multidimensional. El Covid-19 no afecta de igual manera a la población migrante, a las personas en desempleo, al campo que a la ciudad, a las élites y al pueblo precarizado. Las posibilidades de una atención médica oportuna, como en todas las enfermedades, difieren de las condiciones socioeconómicas del pueblo en diversas latitudes geográficas. Estas líneas divisorias se reproducen tanto a nivel internacional, regional como también nacional e incluso a nivel urbano. No es lo mismo enfermar de Covid-19 en un barrio acomodado del norte de Quito o en Samborondón, que en el Guasmo, en Calderón o en un área rural, como tampoco existen paralelas entre enfermar en Kenia que en Alemania. La localización geográfica corresponde en gran medida a la condición socioeconómica construída hiatóricamente; que al mismo tiempo privilegia o desfavorece a determinadas zonas y regiones en el acceso a servicios médicos y determina la calidad de la infraestructura y las probabilidades de sostener la vida.

Esta pandemia, como muchas de las catástrofes del mundo, refleja una vez más la prevalencia y la dominación del capital por sobre la vida humana. No se puede esperar que personas que se encuentran en situación de calle cumplan con los estándares higiénicos impuestos por la OMS y los gobiernos nacionales. Tampoco se puede esperar que la mayoría de la población pueda sostenerse en cuarentena sin tener que ganarse el pan diario, ante la ausencia de asistencia estatal. El “quédate en casa” como el “lávate las manos” terminan por ser privilegios de clase –cuando deberían ser derechos humanos- reservados a las personas con suficiente dinero en el banco, que puedan permitirse el confinamiento, además del gasto en productos higiénicos, los cuales han sufrido una multiplicación en sus precios de mercado.

Es indudable que el Covid-19 sí representa una amenaza para la humanidad, pero nos golpea de manera diferenciada, cómo se puede ver en los datos al principio de la pandemia, que reflejaban una correlación fundamental de clase y letalidad, en lugares como Nueva York, donde 7 de 10 fallecidxs por Covid, eran afroamericanxs o latinxs. Este porcentaje corresponde también de forma inusual a los porcentajes de la población carcelaria en EE.UU. Al mismo tiempo, a lo largo y ancho de Estados Unidos, uno de los países más desiguales del mundo y con un sector de salud altamente privatizado, se agudizan las demandas de un grupo de la población blanca que sobrepone explícitamente la  supervivencia de la economía por sobre las personas “desechables”. Cuando EE.UU. pretende volver a la “normalidad” sucesiva en términos productivos, se multiplican los casos de contagios masivos en fábricas de procesamiento de alimentos. En los Estados Unidos, cuesta alrededor de 36 mil dólares el tratamiento médico en caso de enfermar de coronavirus. Sin duda, la persona que no disponga de suma semejante o se queda enferma en casa, o se endeuda por años.

Adicionalmente, en estos momentos, en los cuales una gran parte de las economías del mundo se encuentra paralizadas, existen trabajadorxs que no pueden parar, porque de su trabajo depende su supervivencia y porque las dinámicas económicas se reajustaron alrededor de las industrias en las que trabajan. Este grupo se encuentra en una situación de extrema vulnerabilidad, al trabajar en sectores que precarizan la vida, los cuales en muchos casos no reconocen los aportes a la seguridad social, ni dotan de insumos estériles. Entre estos se encuentran los servicios de entrega, las cadenas de producción de alimentos en el campo y la ciudad, trabajadorxs informales, entre otros. En países que tercerizan el trabajo físico y manual, como la cosecha en partes de Europa y EE.UU., al llegar abril -y en medio de los cierres masivos de fronteras alrededor del mundo- permitían el ingreso de trabajadorxs jornalerxs para que efectúen las cosechas por el monto usual de remuneración, el cual es ínfimo en comparación con cualquier otro trabajo remunerado en aquellxs países. 

A nivel mundial, otros sectores que no pudieron parar son lxs trabajadorxs públicxs de limpieza y recolección de basura, personal de salud, trabajadorxs de fábricas, entre otros. Además de recibir una remuneración que no refleja ni representa el grado real de exposición a la pandemia, lxs empleadorxs en estos sectores, en muchos casos, no cumplen con los mínimos en garantías de seguridad laboral en términos del cuidado de la salud. En Ecuador, no se reconoce al coronavirus como una enfermedad laboral, quedando exentas las empresas de una debida indemnización en el caso de contagio o, peor aún, muerte a causa de Covid-19.

En los próximos meses, se prevé un reajuste histórico en el desempleo a nivel mundial. Las sociedades de consumo, por medio de la pandemia, están eliminando las plazas de trabajo y las vidas que se encuentran detrás de las mismas, en un intento de selección de trabajos y trabajadorxs considerados como “desechables”. Impera la lógica que imagina un recurso humano ilimitado en forma de un ejército de reserva, que puede ser reemplazado constantemente por la misma masa de trabajadorxs precarizadxs en cualquier momento y lugar. Al mismo tiempo que la automatización de servicios toma una nueva dinámica.

La pandemia reproduce desigualdades, las multiplica, y también representa una ventana de oportunidad sin precedentes para el control poblacional en términos de una creciente securitización y una permisividad implícita de “dejar que pase lo que tenga que pasar”. Las voces que reproducen el discurso de que el 70% de la población contraerá el virus, pasan a legitimar la muerte por covid-19 como un hecho natural, sin reconocer responsabilidad alguna desde las ineficacias de sistemas de salud desmantelados. Resulta evidente que el capitalismo no pretende ni tiene intención de sostener la vida de la población mundial, ni se encuentra en capacidades para garantizar la vida digna de 7 mil millones de personas.

El capitalismo, el cual crece por medio de las crisis, ya que estas constituyen un elemento fundamental del mismo, pretende despojarse de la vida que no quiere sostener. En términos finales, esta pandemia refleja que la historia es contingente y nos muestra un momento en el cual se pueden originar una multiplicidad de realidades alternativas. Las fuerzas que sostienen el capital ya reconocieron la ventana de oportunidad que el escenario actual representa. Queda la incógnita de si sabremos aprovechar la contingencia. Esta puede ser nuestra última oportunidad.

 

Fotografía

Iván Castaneira

 

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