La fractura entre indígenas y el correísmo

03-08-2020
Lunes 3 de Agosto de 2020

Varias personas se hicieron ilusiones sobre un posible encuentro entre el movimiento indígena y el correismo, luego del Paro de octubre. ¿Era posible ese encuentro? ¿Había razones? Los que respondían sí a esas preguntas se sustentaban en el hecho que las dos corrientes confluyeron en el paro. Aunque cada una tenía fuerzas y motivos distintos, el tener una práctica común en las calles podía proyectarles unidos contra el gobierno y la derecha.

Hoy el Gobierno logro remontar el traspié de Octubre y aunque demuestra su incapacidad para controlar la pandemia, empleó la cuarentena para afirmar su vocación autoritaria y continuar con su agenda neoliberal, sin tener preocuparse para nada de la vida de las personas. Ante ello sería deseable que confluyan voces y corrientes indígenas, colectivos estudiantiles, barriales, populares, feministas, de izquierda, progresistas. La razón es clara: el conflicto principal polariza al pueblo con la oligarquía financiera, el gobierno y la derecha. Habría que postergar las contradicciones secundarias, diría Mao, mientras se unen fuerzas contra las elites.

Sin embargo las contradicciones secundarias se imponen sobre las principales y los odios fraternales son a veces cruentos. Recordemos el relato bíblico de Caín y Abel. Así que no es novedad, que se eleven las intrigas entre líderes y grupos políticos y sociales. Esto además lo saben las elites que maneja muy bien el principio imperial de “divide y vencerás”.

Pero a veces el pesimismo racional es mejor que el optimismo ingenuo, diría Gramsci. Sobre todo cuando detrás de ese conflicto entre la corriente correísta y el movimiento indígena existe una herida abierta, difícil de suturar, con una larga historia que viene desde el siglo pasado. La hipótesis que planteo es que en Ecuador, a diferencia de Bolivia, no ha sido posible hasta hoy construir un sujeto que una a los sectores populares e indígenas con las clases medias, ni ha sido posible configurar un programa que una las banderas nacionalistas con las plurinacionales. En resumen no se ha constituido un sujeto político que impulse un proceso nacional y popular, tal como planteaba Gramsci en Italia y Portantiero y Zavaleta Mercado en América Latina.

Comparemos, para clarificar el argumento, Ecuador con Bolivia. García Linera afirmaba que el Movimiento al Socialismo (MAS) reúne la memoria larga (indígena anticolonial), la memoria mediana (el nacionalismo de la Revolución del 52) y la memoria corta (la lucha antineoliberal por el agua y el gas)i. Esto en Ecuador no se ha producido.

En su tesis sobre el transformismo Pablo Ospina ii demuestra que son los militares que vetaron a las elites en varias ocasiones. Un cuerpo estatal heredero del alfarismo, llevó adelante reformas, cobijados de nacionalismo, mientras el velasquismo arrastraba al pueblo y erosionaba la influencia de la izquierda marxista en las masas. Esos dos actores impidieron hasta los años 60 que se forme un movimiento nacional popular consistente. Por ello hay sustanciales diferencias entre los movimientos de izquierda en Ecuador con los de Bolivia.

Más tarde, el movimiento clasista con influencia del Partido Comunista y Socialista de los años 70, poco entendieron la dimensión indígena de la lucha campesina, tal como señala Tania Korovkiniii. Por ello el naciente movimiento indígena y Luis Macas, como dirigente e intelectual criticaban en las asambleas del FUT las tesis que el proletariado era la vanguardia, mientras se atribuía a los campesinos e indígenas el rol de retaguardia.

Por otra parte los militares, que provenían de las capas medias, impulsaban en esa época el nacionalismo y reformismo. Hicieron reforma agraria, nacionalizaron el petróleo, ampliaron el rol del Estado e impulsaron un proceso de modernización. Lo hicieron sin participación popular, pues tenían el recelo que el movimiento clasista desborde su proyecto.

En este siglo las corrientes protagonizadas por las capas medias y el movimiento indígena tampoco tuvieron relaciones cordiales. En la constituyente del 2007-8 confluyeron a la hora de diseñar la carta magna, y avanzaron definiciones sobre el Estado Plurinacional y los derechos colectivos, pero pronto en el 2009 se reabrieron las grietas, cuando el gobierno envió los proyectos de ley de agua, minería y educación al parlamento. Allí los indígenas y los campesinos se movilizaron para disputar los contenidos de la legislación, enfrentando al proyecto primario minero exportador y defendiendo la educación bilingüe que el gobierno les terminó arrancando de sus manos. Resultado de este distanciamiento fue la imposición de un régimen de control, contramarchas y judicialización de la protesta contra las organizaciones populares.

Es cierto que hubo grupos indígenas que de manera molecular participaron en la corriente de la Revolución Ciudadana, pues vieron en las políticas redistributivas una posibilidad de mejorar su vida, de acceder a la salud y la educación, demandas que habían sido conculcadas en la etapa neoliberal. También líderes que llegaron a los gobiernos locales optaron por “subirse a la camioneta”, dado que necesitaban presupuesto y recursos para obras en sus territorios (no hay que olvidar que el Pachakutik se ha sostenido 24 años en el poder local).

Pero el resultado de la década “ganada” fue una herida abierta entre la CONAIE y el gobierno. Detrás de todo esto estaba la idea del presidente que atribuía la situación de retraso de los indígenas a la desigualdad. Es decir que bastaba con mejorar el empleo, los ingresos y los servicios públicos, para que los indígenas eleven su nivel de vida. No entendía que la situación de pobreza tiene una raíz de clase, pero también una raíz étnica, pues los campesindios están en el fondo de la sociedad por una larga historia que viene desde la colonia. Los procesos de modernización que se dieron en el país en el siglo XX y en el XXI, no resolvieron esas desigualdades estructurales, que entrelazaban opresión étnica con explotación de clase.

Por más que pudo haber mejorado las condiciones de vida, las desigualdades entre indígenas y mestizos, entre población urbana y rural, han sido necias y se han mantenido hasta el presente. Es más a los viejos problemas se sumaron nuevos como los de la explotación minera y la expansión de la agroindustria, que dieron lugar a los conflictos ambientales en los territorios indígenas. Por ello la idea del progreso y de la igualdad para todos, con un contenido homogenizador, no logró resolver los conflictos con los indígenas.

Así se mantuvo la distancia entre el proyecto reformista y nacionalista de la Revolución Ciudadana con la corriente indígena plebeya expresada en la CONAIE. Hacia finales del periodo de la Revolución Ciudadana el maltrato que recibieron los indígenas fue el caldo de cultivo para que varios líderes se dejen influir por el discurso anticorreista promovido por la derecha. Luego de la marcha de las Banderas Negras se formó una coalición con los empresarios y los medios de comunicación en torno a un discurso anti autoritario. Posteriormente la coalición empresarial y de derecha cooptó a Moreno y tomó el poder sin haber ganado las elecciones. Desde allí las elites en el poder dividieron a Alianza Pais y persiguieron a los correístas, intentando sumar a los indígenas y trabajadores.

Con el Paro de Octubre este intento del gobierno de Moreno de cooptar al movimiento indígena fracasó. El acuerdo con el FMI y la represión a la protesta quebró las posibilidades derechistas de contar con dicho movimiento. Leonidas Iza se posiciono como líder de la acción y logró mantener una posición digna en consonancia con las masas movilizadas tanto de indígenas como de pobladores urbanos.

Pero aún se mantiene la herida entre el movimiento indígena y al Revolución Ciudadana. No es fácil de resolver. Es la expresión actual de esa vieja grieta entre sectores nacionalistas y reformistas de la clase media con los sectores indígenas, obreros y populares plebeyos. Aunque evidentemente esa herida se mantiene abierta porque hay agentes interesados en profundizarla.

Por ello los correístas no pueden rasgarse las vestiduras ante las palabras de Iza después de 10 años en que aquellos desconocieron al movimiento indígena. Tampoco líderes como Iza pueden resolver este largo conflicto entre la noche y la mañana. Por cierto esto fortalece a la derecha e impide formar un movimiento nacional y popular que una las banderas nacionalistas con las plurinacionales. Solo un sujeto popular de esta magnitud podría frenar al proyecto autoritario de las elites, por la vía de la lucha directa o por las elecciones.

i García Linera Álvaro, La potencia plebeya Acción colectiva e identidades indígenas, obreras y populares en Bolivia, 2009, Clacso Buenos aires.

ii Ospina Pablo, Ecuador: formación y consolidación de un Estado transformista (1920 – 1960) Introducción

iii Korovkin Tanya, 2002, Comunidades Indígenas, economía de mercado y democracia en los andes ecuatorianos, Cedime, Ifea, Abya Yala, Quito

 

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