La OEA: mirar hacia el norte
“Estados Unidos tiene la doble condición de ser nuestro más grande y poderoso vecino y la primera potencia económica, científica y militar de los tiempos modernos. Nos movemos en la misma órbita y con ellos compartimos –nosotros en la pequeña proporción que corresponde a nuestras reducidas y limitadas capacidades– la defensa de la civilización occidental”. La frase es del dos veces presidente colombiano (1945-46; 1958-62) Alberto Lleras Camargo, quien fue uno de los principales representantes de la oligarquía liberal, además de primer Secretario General de la Organización de Estados Americanos (1947-54); ferviente impulsor de la Alianza para el Progreso de Kennedy, así como fundador de la revista Semana. Pero no se crea que sus palabras remiten exclusivamente a una posición personal. Como nos recuerda un historiador de ese país, la doctrina respice polum (“Mirar hacia el norte”) era moneda común de la diplomacia colombiana por lo menos desde la segunda década del siglo XX, y lo sigue siendo hasta la fecha.
De hecho, fue el propio Lleras Camargo quien ayudó a sentar las bases institucionales del renovado panamericanismo promovido por los Estados Unidos durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra mundial. Renovación que, además de la OEA (con sede en Washington), supuso la creación de otras instituciones: la Junta Interamericana de Defensa (JID), el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), así como el Sistema Interamericano de Derechos Humanos. No hay que olvidar que la OEA nació manchada de sangre, al ser fundada en medio de la violenta represión contra el pueblo colombiano que se movilizó en Bogotá después del asesinato del carismático líder popular Jorge Eliécer Gaitán, en abril de 1948.
Traemos la historia a colación a propósito de las recientes declaraciones del actual Secretario General de esa organización, el uruguayo Luis Almagro, quien sostuvo recientemente: “En cuanto a intervención militar para derrocar al régimen de Nicolás Maduro creo que no debemos descartar ninguna opción”. La afirmación fue realizada el pasado 14 de septiembre en la frontera colombo-venezolana, en compañía del canciller colombiano Carlos Holmes Trujillo y el director para las Américas de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco. Tan descarada fue la declaración de Almagro que incluso el abiertamente antibolivariano Grupo de Lima se vio obligado a rechazar los términos en que fue planteada. Sin embargo, la presión internacional encabezada por los Estados Unidos y la Unión Europea para realizar algún tipo de “intervención humanitaria” en Venezuela no ha cejado.
Es pertinente recordar que no es la primera vez que los poderes hegemónicos utilizan esa retórica para asegurar sus intereses geopolíticos en diversos lugares del mundo, como documentó el científico belga Jean Bricmont en su libro Imperialismo humanitario. El uso de los Derechos Humanos para vender la guerra, prologado por el prestigioso intelectual norteamericano Noam Chomsky. La tentación imperial de echar mano de alguna modalidad de este recurso vuelve a hacerse patente en la actual coyuntura. En esta ocasión, es el máximo representante de la OEA quien está empeñado en que así sea. La organización, que este 2018 cumplió 70 años, fue llamada en su momento el “ministerio de colonias de los Estados Unidos”, como se hizo patente con la expulsión de Cuba de su seno, a pedido expreso del Impero, a comienzos de 1962.
Con su postura belicista, Almagro no hace sino constatar a qué intereses está sirviendo. Por ello, no está de más recordar las palabras que hace un par de años le dirigió el ex presidente uruguayo Pepe Mujica a quien fuera su canciller, a raíz de sus posiciones cada vez más abiertamente injerencistas: “Venezuela nos necesita como albañiles y no como jueces, la presión exterior solo crea paranoia y esto no colabora hacia condiciones internas en esa sociedad. Repito: la verdadera solidaridad es contribuir a que los venezolanos se puedan autodeterminar respetando sus diferencias, pero esto implica un clima que lo posibilite. Es muy difícil hoy, pero toda otra alternativa puede tener fines trágicos para la democracia real. Lamento el rumbo por el que enfilaste y lo sé irreversible, por eso ahora formalmente te digo adiós y me despido”.
Por nuestra parte no nos cansaremos de insistir que, independientemente de la gravedad de las dificultades que atraviesen los países de Nuestra América, las soluciones más idóneas nunca vendrán del Norte, y menos aún si son a costa de la violación de la soberanía nacional. Es prioritario que la posición de los Lleras y los Almagros de paso a una nueva perspectiva, que nos permita mirar desde y para el bien del Sur.