¿Paradoja o ad hominem? Geopolítica y arte
Hace días, luego del concierto This is not a drill del líder de la banda Pink Floyd en Quito el pasado 9 de diciembre, leí un artículo de opinión en GK denominado “La Paradoja de Roger Waters. Comenté en alguna red que se trataba de un pasquín, pues a mi parecer aquel texto no poseía mayor profundidad. Sin embargo, fijándome en el perfil del autor noté que él era ganador del premio Miguel Donoso Pareja 2021 y entonces entendí que se trataba de una paradoja envuelta en otra.
Si se considera que el autor de dicho artículo es un escritor de literatura: ¿no estamos acaso refiriéndonos a un artista? Esa delgada línea entre la política y el arte puede conducir a la confusión: entre los impactantes despliegues escénicos en los mítines en los que intervenía Hitler, o el presentimiento del peligro de la pluma, tal como lo experimentaron los militares que expulsaron a “Vargas Pardo” al exilio en México, la distinción se antoja un tanto forzada.
Sin embargo, cabe distinguir una condición que es importante: no todo político es artista, pero sí todo artista es político; mas el ejercicio de su posición ideológica desde el arte, no está determinada por una estructura administrativa o ciudadana, sino por los recursos técnicos y conceptuales con los que cuenta para exponer una forma de interpretar tal o cual fenómeno de la sociedad o la naturaleza.
Incluso, para referirse a aspectos de la personalidad de Waters, hubiese esperado que aquel escritor relacione a otro gran artista con gran impacto político como por ejemplo Ludwig Van Beethoven, y su Sinfonía Nº 9 que al día de hoy representa el símbolo de la libertad para la Unión Europea, ya que aquella “Oda a la alegría” es una especie de hito del internacionalismo europeo.
Y es que en él, como en todos nosotros, cabe la paradoja: aquel símbolo de la libertad nace del seno mismo de la Restauración del Antiguo Régimen, y fue financiado precisamente por aquella aristocracia que se resistía a la República. Nobleza a la cual no pertenecía el músico romántico, y pese a que de cierta forma la soslayaba, se sentía parte de ella con los idilios que experimentaba, según lo revelan los archivos secretos del compositor.
Ludwig tampoco fue una persona fácil de tratar a causa de su bipolaridad y porque era terriblemente excéntrico. Podía detenerse en la mitad de una pieza si veía que no le prestaban la atención que él requería. Empero, a nadie le interesan los detractores contemporáneos de Beethoven ya que su obra goza de una gloria que ensordece cualquier opinión al respecto. Simplemente, no es relevante.
Aquí cabe aclarar que la opinión no tiende a ser rigurosa ya que esta pertenece por naturaleza a la esfera de la especulación. Por lo cual, lo que me compete es discutir el uso de una retórica cuyos argumentos tratan de persuadir más por el lado sentimental que por el de la lógica, pero incluso, E. Varas utiliza afirmaciones engañosas y tergiversadas sobre Waters.
La primera se refiere a la posición de Waters sobre el conflicto en Ucrania ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Al parecer, E. Varas desconoce –o finge desconocer- que la capital histórica de la Rus es Kiev; que al menos la mitad de los ucranianos son rusohablantes y otra gran cantidad de población es rusófila. Es decir, es un país que está dividido en dos desde la II Guerra Mundial y por ello se presta para anidar conflictos bélicos en la zona de frontera entre Occidente y Rusia. Pero además, EE.UU. ha estado financiando la escalada bélica en Europa del Este con el respaldo de los estados occidentales. Eso es público y notorio.
Cortázar decía que era importante reconocer quién genera la violencia y quien reacciona a ella: ocupado en aquella nueva intervención en Oriente Medio, ahora el gobierno de Biden abandona su aventura con Zelensky y le advierte que ya solo le queda un 4% de financiamiento aprobado por el Senado para Ucrania y que no habrá más. Es decir, lo que ya se hizo con Georgia, asimismo, ofreciendo vanamente apoyo militar y la posibilidad de extenderle la membrecía en la OTAN, a pesar de que los estatutos de la Organización Transatlántica no lo permiten.
No hay mucho que discutir pero vamos a recordar que quien posee entre 700 a 800 bases militares fuera de su territorio no es el Kremlin -que tiene apenas dos- sino el Pentágono. Ni tampoco es discutible que el presupuesto que invierte EE.UU. en guerras es diez veces superior al de Rusia. Por lo cual, comparar a Biden con Putin, es un error y un desconocimiento total de la política exterior de ambos países, mismas que se asientan sobre diferentes postulados: mientras el gendarme mundial proviene de la Doctrina Nixon, Rusia promueve la multipolaridad que fundamenta el filósofo Alexander Duguin en su Cuarta Teoría Política.
¿Dígame señor Varas si es igual Putin que Biden? Mientras Rusia se ha demorado en ocupar el territorio ucraniano desde el 2014 y la posición de “Volodia” ha sido criticada por Prigozhin o el mismo Duguin, por no ser más contundente con el enemigo; el enviado del “demócrata” Biden levanta la mano en el Consejo de Seguridad para impedir el cese al fuego en Gaza sobre el hálito pestilente de un genocidio en marcha. Raro que no note la diferencia.
La segunda afirmación falsa hace referencia al supuesto anti-semitismo de Roger Waters, y para ello se apoya en las rencillas que éste tuvo con los otros miembros de Pink Floyd, y aquellos dimes y diretes le son suficiente para estigmatizar al artista, a la vez que omite la gran diferencia entre sionismo y antisemitismo. Digamos que la omisión responde más a la posición política del autor del artículo que a la del propio Waters. Nadie podría publicar declaraciones antisemitas de R.W. porque es un defensor de los Derechos Humanos a diferencia de B. Netanyahu.
Mi conclusión es que E. Varas representa a un medio (GK) y a una forma de pensar propia de esa pequeña burguesía que se somete al status quo; no verán en su cuenta X mayor crítica a la protegida de la Embajada Norteamericana en Ecuador, pese al papel preponderante que juega en la situación de inseguridad que vive el país, y también en la geopolítica latinoamericana, misma que se remite –para el caso nuestro- a perseguir al bando que mejor se entiende con los BRICS que con el FMI. Ha preferido hilar fino sobre la personalidad de R. Waters, su relación con Putin y su oposición al “Estado Único Judío”, antes que unirse a la crítica de la obsoleta Doctrina Nixon o a la condena del Genocidio Palestino.
Escribir, Sr. Varas, es desnudarse, y acaso he querido que esta posición no pase inadvertida, porque explica claramente cómo el poder hegemónico emprende en lecturas absurdamente relativistas sobre cualquier tema o personalidad que no se apunte a los objetivos de ese imperio en franca decadencia.