¡Que viva la democracia!
El sentimiento democrático, que buscamos que nos caracterice como sociedades – por qué evidentemente la palabra “democracia” es sinónimo de todo lo bueno que existe – intenta prevalecer siempre a la hora de buscar resolver nuestras inconformidades en situaciones que nos conciernen a todxs.
Créanme cuando les digo, que sería magnífico que la afirmación anterior fuese cierta. Evidentemente no lo es. En estos días convulsos en el mundo, el continente y el país, buscamos apegarnos a certezas que nos den algún nivel de tranquilidad social. Una de estas certezas -que los gobiernos de derecha y ultraderecha han sabido leer y ofrecer muy bien- es la de “vivir en democracia”.
Me podrán decir que la democracia no tiene que ver con la izquierda o la derecha y acertadamente tendrían razón en su reclamo. Sin embargo, si alzamos un poco la cabeza, podemos observar que la “democracia” se mide con distintas varas, que “democracia” en Ecuador o Colombia no significa lo mismo que democracia en Cuba, por ejemplo.
Asistimos a una resignificación tan fuerte del término como tal que apenas y lo notamos, y nuestra intención -nuestro miedo a la inestabilidad- nos lleva a defender a capa y espada a la “democracia” que nos venden los banqueros y los mercaderes de la información.
Podemos ver los ejemplos recientes de Colombia o Chile, en dónde la protesta social en contra de medidas que afectan a un enorme segmento de la población, ha sido tratada de la manera más “democrática”, posible usando el dialogo, el debate y el consenso ¿Verdad? Y es que democracia ahora quiere decir algo distinto al poder de las mayorías. Democracia ahora, quiere decir: “obedece al poder de la derecha en el gobierno y los medios corporativos o atente a perder tus ojos, tu libertad o tu vida”. Belleza de nuevo significado de democracia; esto es a mala hora a lo que se aferran con ahínco las masas o bien engañadas, o bien conscientes.
No es necesario que me crea lo que digo, sino que analice con un poco de criticidad – o cinco dedos de frente- lo que sucede en relación con las protestas sociales que se han llevado la atención mediática en estos meses y días a lo largo del continente. Hagámoslo didáctico. Por ejemplo, en Colombia desde el 2019 se han sucedido tomas de calles en contra de las políticas neoliberales de Duque, hasta llegar al gran estallido social que con dos meses y más de duración ya lleva decenas de muertxs, heridxs y desaparecidxs. Colombia es uno de los países con mayor índice de pobreza en la región, segundos después de Haití. Sin embargo, no vemos a nadie diciendo que necesitan “ayuda humanitaria”. Quizá sea por que la pobreza y el hambre son profundamente democráticos. Y que el dispararle a la gente que protesta con armas de alto calibre sea justamente la solución de consenso entre las partes involucradas. Porque qué mejor diálogo que el de las balas frente a los reclamos.
No vayamos tan lejos: en Ecuador, el 12 de julio el sector agropecuario convocó a una movilización en contra del creciente alza en el costo de insumos agrícolas y el irrespeto a los precios fijados para comercializar sus productos. La respuesta profundamente democrática del “Gobierno del Encuentro” fue: “llenaremos las cárceles con aquellos que protesten”. Un ejemplo de estadista, nuestro presidente. Ciertamente un ejemplo de demócrata, al igual que su amigo Duque en Colombia.
Porque vivir en pobreza, sin condiciones dignas, sin salud, ni educación ni empleo, es lo más democrático que puede haber – quizá sí, recordemos que el 51% del país votó por eso-. ¿Recuerdan cuando se apilaban cadáveres en las calles de Guayaquil? Un fiel ejemplo de lo que un estado democrático hace con sus muertos. ¿Por qué a nadie se le ocurrió pedir una intervención humanitaria?
Dejando de lado los ejemplos de países perfectamente “democráticos”, dónde su gente se muere en las calles, tenemos a la isla, aquella que, tras 60 años de bloqueo, ha sido el único país del continente capaz de producir no una sino cinco vacunas contra el SARS-CoV-2. Aquella que ha reducido a cero los niveles de pobreza y analfabetismo, aquella que brinda salud gratuita y de calidad a sus habitantes. Aquella a la que conocemos como dictadura. ¿Por qué es una dictadura? No sabemos. Tal vez será porque Teleamazonas y el vecino lo repitieron tanto que termino volviéndose verdad a nuestros oídos. Aquel lugar en dónde las decisiones las toma la Asamblea del Poder Popular – órgano electo de entre los representantes de todos los distritos del país--, aquel lugar en dónde el “dictador” fue a negociar con un poco de manifestantes que tomaron la calle. Una locura, cierto. Lo democrático hubiera sido soltar la fuerza represiva del estado de manera desenfrenada y brutal, tal como lo hace Colombia a diario o como hizo el demócrata títere del banquero aquí en octubre del 2019.
Mientras no tengamos claro nuestro lugar en el mundo y nuestra posición en él, seguiremos marchando en “democracia” porque claro, la miseria democrática del neoliberalismo nos mantiene libres. Libres de elegir trabajar 12 horas por la mitad del sueldo, libres de pagar intereses al banco por un préstamo de hace 10 años, libres de elegir en qué calle mendigar un pan, libres de elegir en dónde caer muertxs por una bala policial. ¡Que viva la democracia!
Abajo el bloqueo criminal y genocida. Cuba no está sola.