Ultra izquierdismo y persecución política
Todo escenario autoritario necesita de un chivo expiatorio, este por lo general es fabricado o instrumentalizado a partir de “amenazas” inexistentes o marginales. Los recientes casos de persecución política y exposición mediática a grupos ultra izquierdistas evidencian como el idealismo y el inmediatismo, pueden ser fácilmente utilizados para fabricar una “teoría de caso”, y para así justificar persecución al conjunto del pueblo y la clase trabajadora.
Contrario a las formas correctas, como reza la pequeño burguesía, la crítica no puede localizarse en “tiempos adecuados”, sino que debe ser permanente y honesta en función de la forma clara y objetiva en que se desarrolla la lucha de clases. Por lo tanto, lejos de esa idea abstracta y voluntarista de la “unidad de la izquierda”, se plantea la necesidad de criticar y desechar planteamientos y prácticas ultra izquierdistas del qué hacer en las minorías revolucionarias del país.
¿Cuál es el sentido de enunciar planteamientos que hablan del “combate”, la “lucha”, la “formación”, en un escenario autoritario donde la izquierda -el ultra izquierdismo para ser exacto- carece del más mínimo margen de acción entre las masas? ¿Cuál es el enfoque estratégico de la espectacularidad con la que se pretende motivar a la “lucha”, mediante un lenguaje y una gráfica “revolucionaria” fuera de contexto?
Ecuador no es el sur de Quito, ni una o cinco ciudades de alrededor del país, tampoco lo son grupos que se reúnen a practicar deportes o desarrollar movilizaciones de unos cuantos cientos de personas. ¿Son importantes? Posiblemente, pero a la final no definen una estrategia con voluntad de poder, sino un constante caminar en círculos. Parecería que la izquierda carece de comprensión básica del cuidado de la vida, sobre todo, de quienes pueden ser golpeados de forma colateral por la irresponsabilidad de una u otra agrupación. Mismos que agotan su lenguaje ultra izquierdista para transformarse en “gestores culturales” o “defensores de los derechos humanos”, una vez que los aparatos represivos del Estado comienzan a asediarlos.
Rápidamente instrumentalizados los llamamientos a la “lucha” del ultra izquierdismo, el Estado hábilmente dispone crear los teatros de operación donde el enemigo interno actúa: relaciones ficticias con el reformismo, con el Movimiento Indígena, el conflicto interno colombiano, Cuba, Venezuela, y si vamos más lejos, quizá Irán, China o Rusia. Una vez cercados, asustados, aislados e individualizados, se convierten en uno de los elementos centrales para la constitución de los escenarios que los aparatos represivos del Estado utilizarán para fabricar ataques de falsa bandera, montajes, etc.
De esta forma, el ultra izquierdismo y quienes apoyan una solidaridad acrítica, contribuyen a profundizar una lectura idealista e incorrecta de cómo las minorías revolucionarias deben actuar en la realidad. Los derechos humanos en la sociedad de clases no existen sino para quienes detentan el poder del Estado y el monopolio de la violencia. Por lo tanto, el argot popular de “no dar papaya”, ser irresponsables e idealistas no es una opción. Menos cuando el Estado burgués dispone de una voluntad absoluta para exterminar bárbaramente al pueblo y la clase trabajadora. Sin embargo, la solidaridad tiene que darse como ejercicio de consciencia de clase, y en respuesta es también necesaria la construcción de una política de cuidado en la militancia.