Las mujeres y el sindicalismo (II)

Las mujeres y el sindicalismo
Lunes 3 de Diciembre de 2018

Así como despertar una conciencia de clase implica un arduo trabajo de desnaturalización de las relaciones de explotación, una consciencia de género conlleva un trabajo aún más duro y minucioso. ¿Pero a que me refiero con consciencia de género? cuando hablo de consciencia de género, me refiero a la desnaturalización de las relaciones de explotación y desigualdades que existen entre los sexos. Consciencia de género es darnos cuenta de que no es natural que las mujeres tengamos que ocuparnos solas del trabajo del hogar, ser las únicas responsables de las hijas y los hijos, de los ancianos, ni que tengamos menor acceso a un trabajo digno, menor salario, menores prestaciones, en fin, menos derechos que los hombres. Dentro de la clase trabajadora, también se reproducen jerarquías que atentan contra la vida y la calidad de vida de las mujeres trabajadoras.

Estadísticamente, las mujeres recibimos un menor salario por la misma carga laboral que un hombre, trabajamos en condiciones deplorables, nos exponemos al acoso sexual tanto en nuestras casas, en nuestros trabajos, medios de transporte y en la calle. Y tomemos en cuenta que también llegamos a casa a cumplir con las labores de cuidado que en la mayoría de los casos, aun recaen sobre nuestros hombros, y que no son remunerados.

Desde el sindicalismo, siempre se ha denunciado la naturalización de las relaciones de explotación, pero ¿acaso no se han naturalizado dentro del mismo sindicalismo y de la izquierda en general, las relaciones de explotación a las compañeras mujeres? ¿Cuán significativa es la participación de compañeras en los sindicatos? ¿Cuántas compañeras dirigentes tenemos? ¿Por qué si somos la mitad de la población, nuestra representación en menor?

Para explicar este fenómeno tenemos que remitirnos a un análisis más profundo. En principio, las mujeres tenemos menor acceso a empleo formal remunerado, aun cuando las mujeres trabajamos de sol a sol en las labores de cuidado en nuestras casas, faltas de reconocimiento, faltas de salario, faltas de seguridad social. El trabajo no remunerado del hogar, también es un trabajo. ¿Cuándo vamos a invitar a estas compañeras a ser parte del sindicalismo en el Ecuador?

El trabajo de las mujeres se enfrenta a tres fenómenos que día a día naturalizan esta doble explotación: 1. La exclusión, que nos omite abierta y deliberadamente del acceso al reconocimiento tanto social como legal del trabajo que realizamos. 2. La subordinación, al momento en que se nos considera sujetos pasivos y de segundo orden dentro de nuestros hogares, nuestros trabajos y en nuestras organizaciones, y 3. La desvalorización, cuando se nos considera inferiores, cuando nuestros aportes y nuestras voces no son tomadas en cuenta, o peor aún, cuando voces masculinas se apropian de nuestra palabra.

Los condicionamientos históricos que nos relegan a las mujeres a dudar de nuestra capacidad para ocupar espacios de dirección y responsabilidad, son muchos, pero desde el feminismo popular anticapitalista planteamos una reeducación y una revalorización de las figuras femeninas. Somos tan importantes las mujeres que somos nosotras, las que producimos el producto más importante del mercado: las mujeres parimos obreros y obreras. Por lo tanto, es nuestro derecho poder decidir sobre nuestros cuerpos. Todo ser que trabaja, sale del cuerpo de una mujer, es por esto que es tan importante que como mujeres trabajadoras seamos dueñas de nuestros cuerpos, nos apropiemos conscientemente de la importancia que tenemos para este sistema. En este sentido, con esa misma fuerza con la que el sistema nos oprime, estamos en la capacidad de resistir.

Como mujeres trabajadoras, como compañeros trabajadores, no podemos permitir que la acumulación de una memoria histórica que desde los principios del capitalismo, nos ha dado muerte, desde la cacería de brujas, hasta la feminización de la pobreza, ahora nos amordace y nos mantenga relegadas a una posición subyugada dentro de nuestras propias organizaciones.

La solución no  está en imponer dentro del sindicalismo una ley de cuotas, en feminizarlo todo, tampoco basta con ser nombradas en los documentos. La tarea está en generar, al tiempo que creamos una consciencia de clase, una consciencia de género. Darnos cuenta de que las desigualdades sociales contra las que tanto peleamos, son hijas de un monstruo de dos cabezas, que se alimentan la una a la otra: del monstruo del capitalismo y el patriarcado.

El sindicalismo tiene la dura tarea de ser el motor de un autentico cambio social, pero no puede transformar la realidad social sin antes transformarse a sí mismo desde un feminismo popular que revierta las brechas de desigualdad entre compañeros y compañeras. Se hace necesario ensanchar la estructura sindical a espacios más amplios, hacer conexiones con los movimientos sociales, con el movimiento feminista, haciendo del sindicalismo, junto con el feminismo popular, una columna vertebral inquebrantable para las trabajadoras y los trabajadores.

En la realidad a la que nos enfrentamos, en medio del resurgimiento de un neoliberalismo brutal y fascista, el sindicalismo feminista popular debe plantarse como una re-significación del movimiento obrero y el mundo del trabajo, que se enfrente a los grandes poderes del mercado. La clave está en hacer de la conciencia de clase y la consciencia de género, indivisibles.

 

Categoria