¿Cómo me convertí en hombre? Reflexiones sobre la masculinidad y el patriarcado (III)
En esta tercera y última entrega acerca de las aproximaciones al fenómeno de la(s) masculinidad(es), planteo la tarea de despatriarcalización de los hombres de izquierda y anarquistas, no solo como militantes con respecto a nuestra responsabilidad dentro de las organizaciones, muchas veces llevada solo a la superficialidad del discurso. Sino que también como una responsabilidad política, la de la abolición de la masculinidad hegemónica, como elemental en la lucha por la abolición de la sociedad de clases y el Estado.
Ser hombre: un perpetuum mobile
Al igual que el capitalismo o el Estado, la masculinidad tiene que ser entendida como una estructura social que es reproducida continuamente por las personas en sus relaciones sociales. Para los hombres, la reproducción de la masculinidad crea una sensación de seguridad, ya que no solo su propia identidad sino también muchas ventajas están vinculadas a ella, o mejor dicho, el horizonte de experiencia masculina, en su mayoría no conoce las mismas situaciones amenazantes que las mujeres y disidencias.
Nunca he escuchado decir a un hombre, por ejemplo, que se siente incómodo al volver a casa solo o que al ordenar comida a domicilio simula que hay más gente en casa por miedo a sufrir una agresión sexual. Los hombres tienen la opción de decidir si quieren reflexionar sobre los diferentes horizontes de experiencia basados en el género o no. Para las mujeres y disidencias, por el contrario, no se trata de una cuestión de interés o tiempo, sino de una realidad vivida a diario, que implica muchas experiencias desagradables, peligrosas y humillantes. Esto no significa, por supuesto, que esta experiencia lleve automáticamente a todas las mujeres y disidencias a desarrollar un análisis feminista de la sociedad. Sin embargo, las experiencias negativas dentro de las estructuras patriarcales son mucho más directas e inmediatas para las mujeres y las personas intersexuales, no binarias y trans.
En lugar de autoeducarse, reflexionar y luchar contra estas estructuras, muchos hombres toman una postura muy cómoda y exigen que las mujeres que, aparte de organizar su propia lucha, también les digan a los hombres que hacer y les den las herramientas necesarias para formarse en la teoría y práctica del feminismo. Esta expectativa hacia las mujeres también se manifiesta a nivel emocional. Mayormente son las mujeres las que realizan labores de cuidado emocional para los hombres, pues la sociedad patriarcal ha infantilizado a nivel emocional a los hombres de tal manera que estos se sienten abrumados por sus propias emociones y no pueden cuidarse a sí mismos de una forma no destructiva. Incapaces de lidiar con sus propias emociones, muchos hombres caen en la sobre compensación y tienden a buscar a una mujer que les sirva de psicóloga sustituta y les ayude a superar todas sus emociones negativas. Se pasa por alto que el simple hecho de hablar sobre sus emociones o mostrar vulnerabilidad puede ser una forma implícita de dominación, cuando se vuelve una tendencia egocéntrica acoplada a la expectativa de que las mujeres realicen todo el trabajo emocional. Por supuesto esto no significa que sea negativo que las personas se apoyen emocionalmente entre sí, independientemente de su género. No obstante, los hombres deberían preguntarse quién hace mayormente el trabajo de cuidado emocional por ellos.
Dominio y valentía
En los entornos de izquierda y anarquistas se sostiene el patrón de conductas masculinas aprendidas en juventud: agresivo, arriesgado, valeroso y el estar dispuesto a usar violencia. Estas son formas habituales de mostrar la propia masculinidad y de distanciarse de lo que se asocia de forma estereotipada con características "femeninas": cuidado, empatía o emocionalidad. En el peor de los casos, este distanciamiento termina en un fetiche de las acciones políticas violentas y en la devaluación de las actividades políticas que no se ajustan al espectáculo masculino.
Por supuesto una acción política violenta no es de por sí algo masculino, pero a nadie le sorprende encontrar mayormente hombres de entre 15 y 35 años cuando haya enfrentamientos callejeros. Además, a muchos hombres les encanta usar la violencia en nombre de una "causa justa": romperle la cara a un nazi es algo que muchos hombres hacen con orgullo y alegría. Así pueden vivir su masculinidad y autodenominarse radicales, sin tener que interesarse por posiciones feministas y anti-patriarcales. Esto no quiere decir que tenga algo en contra de romperle la cara a un nazi. Pero seamos sinceros. ¿Quién no conoce a un hombre que es un "héroe" en las barricadas y un bebé en el cuerpo de un hombre en la vida cotidiana?
Sin embargo, como la masculinidad no está ligada al "sexo biológico", sino que se construye socialmente, las mujeres también pueden reproducir patrones de comportamiento masculino. Por ejemplo, si la forma de relacionarse dentro de un grupo político se caracteriza por un comportamiento dominante y masculino, las mujeres, las personas intersexuales, no binarias y trans no tienen más remedio que comportarse de la misma forma para ser escuchadas. A mi parecer, esto no tiene nada que ver con empoderamiento. Cuando alguien imita un comportamiento dominante, agresivo, poco empático, narcisista y engreído -es decir, masculino- para imponerse, inevitablemente margina a otros individuos. En lugar de esperar que cada persona encuentre individualmente métodos para hacerse escuchar, los grupos de izquierda y anarquistas deberían asumir una responsabilidad colectiva y asegurarse de que no sea necesario imitar el típico comportamiento masculino para hacerse escuchar.
Por una vida libre de dominación
Como he planteado en el transcurso de este texto, asumo que la masculinidad hegemónica se desarrolla en una continua interacción entre individuo y sociedad. Este proceso está entrelazado con diferentes relaciones de poder y opresión, así como también con diferentes relaciones jerárquicas. Por lo tanto, un examen crítico de la masculinidad hegemónica siempre debe apuntar hacia una crítica de la sociedad en su conjunto. No basta con prestar atención al lenguaje patriarcal o autodenominarse antipatriarcal.
Muchos hombres que no se identifican con los ideales hegemónicos de la masculinidad tienden, a pesar de todo, a reproducirlos. Pensemos, por ejemplo, en la actitud exigente de muchos hombres en las relaciones de pareja heterosexuales, en las cuales el trabajo emocional es responsabilidad de las mujeres, de las cuales se espera que le dediquen, con paciencia y empatía, mucho tiempo a los problemas emocionales de sus parejas. Como ya mencioné, en muchos casos, las mujeres se convierten en psicólogas sustitutas y no remuneradas. O pensemos también en el trabajo doméstico y el cuidado de lxs niñxs, que, en la gran mayoría de los casos, todavía se distribuye de forma desigual.
Sin embargo, no podemos deshacernos de la masculinidad rechazando simplemente el ideal hegemónico de masculinidad. La masculinidad no está determinada en primera instancia por la propia voluntad, sino que es un patrón de comportamiento y pensamiento profundamente interiorizado en el inconsciente y está entrelazado con otras relaciones de dominación. Es por ende también un fenómeno estructural. En este sentido, la masculinidad no puede ser abolida individualmente dentro de la esfera privada. Por supuesto, la reflexión individual dentro de las relaciones sociales es, a pesar de todo, un componente importante a la hora de pensar críticamente sobre la masculinidad y cambiar las propias actitudes.
Pero uno no puede limitarse a ignorar los ideales estereotipados de masculinidad, sustituirlos por nuevas actitudes personales y luego afirmar que ha superado los roles socialmente mediados. Por el contrario, debemos aspirar a un proceso colectivo, es decir mixto en cuanto a categorías de género, a largo plazo, que apunte a abolir las estructuras de la sociedad en su conjunto. Solo así podremos superar paso a paso los roles de género construidos socialmente, aunque no haya garantía alguna de que, por ejemplo, destruyendo las estructuras socioeconómicas vigentes, automáticamente destruyamos el patriarcado. Sin embargo, al abolir la totalidad de las estructuras de poder vigentes hoy en día, tendríamos un marco mucho más favorable para abolir las relaciones de género. En este sentido, los hombres no solo deben organizarse en grupos anti-patriarcales y pro-feministas para reflexionar sobre su socialización y patrones de comportamiento, sino también pensar en cómo apoyar las luchas feministas, anticapitalistas y antiautoritarias, sin apropiarse de ellas.
El movimiento feminista lleva tiempo insistiendo que es indispensable que, como hombres, critiquemos nuestro papel en el patriarcado. Sería un error esperar a que nuestras compañeras nos impulsen a criticar nuestras masculinidades -y otras masculinidades- a raíz de nuevas agresiones sexuales o conductas patriarcales en puntos de encuentro o grupos de izquierda y anarquistas. Más bien, para los hombres de izquierda y anarquistas, la crítica de su propia masculinidad debería ser una parte integral de su actuar político. Así, tal vez podríamos evitar muchos problemas y sufrimiento, y fortalecer nuestra resistencia en todos los sentidos. Debemos superar nuestra pasividad y contribuir a la lucha contra el patriarcado con una crítica bien fundamentada de la masculinidad hegemónica.