Reconocimiento y redistribución de los trabajos de cuidado
“La familia es esencialmente la institucionalización de nuestro trabajo no remunerado, de nuestra dependencia salarial de los hombres y, consecuentemente, la institucionalización de la desigual división de poder que ha disciplinado tanto nuestras vidas como las de los hombres” Silvia Federici.
La pandemia producida por el covid-19 visibilizó la desigualdad mundial y los problemas estructurales –capitalismo y patriarcado- por los cuales estamos atravesadxs. También, evidenció la violencia de género y, por supuesto, los roles que aún siguen muy arraigados en la sociedad. Por otra parte, con el acceso a la virtualidad y los trabajos realizados desde casa, no es difícil observar a mujeres preocupadas por la educación de sus hijxs y realizando las tareas del hogar, mientras trabajan o realizan sus actividades comunes.
El rol histórico de las mujeres en la sociedad, siempre se ha basado en los cuidados del hogar, que nos transmiten desde el nacimiento, como una herencia patriarcal que reproducimos las mujeres. Estos roles obedecen a una perpetuidad del sistema capitalista, el cual busca el detrimento de las mujeres en las labores del hogar, en contraste con la preparación de los hombres para el mundo laboral y productivo. Construcciones como la feminidad y habilidades domésticas, impuestas desde siglos atrás, son bases fundamentales para el desmoronamiento de las mujeres en la esfera privada. Sin contar con muchos más elementos de dominación naturalizados como: la familia o, incluso, la religión.
En consecuencia, se ha buscado justificar como natural el cuidado materno, con amor y el “deber ser” de la maternidad. De esa manera, se sigue perpetuando la brecha salarial de género y el trabajo no remunerado hacia los trabajos de cuidado. En ese sentido, el trabajo realizado en el hogar, se convierte en una doble jornada laboral para la mayoría de mujeres. Por un lado los trabajos asalariados y, por otro lado, las labores de cuidado no remuneradas.
El vínculo entre capitalismo y patriarcado busca -en la distribución de los roles de género- una eficacia para su continuidad. Por tal razón, la colaboración entre capitalismo y patriarcado es la razón principal para que las mujeres tengan menos participación, desarrollo individual y, en consecuencia, actividad colectiva. En consecuencia en la actualidad las cifras de deserción estudiantil o de trabajo son altas en mujeres, debido a la imposición social que valora el trabajo en el hogar -no remunerado- como primordial para una mujer, más aun si es madre. Por el contrario, el ejercicio de la paternidad parece secundario y sin una imposición o un mandato familiar. El trabajo asalariado es fundamental para la supervivencia. En muchos casos en que los hombres cumplen el rol de proveedores, se ejerce una dominación en el hogar, mientras que se minimiza el trabajo de cuidado y atención por parte de las mujeres.
Así mismo, en las sociedades patriarcales en términos legales, se habla de “privilegios legales” para las madres. Por ejemplo, tener la custodia de lxs hijxs o la exoneración del pago de la manutención. Por el contrario, los padres obtienen privilegios que no están escritos en las leyes, pero que están naturalizados en las sociedades patriarcales. Muestra de esto es el abandono paternal o la ausencia emocional a cambio del pago de la manutención. En consecuencia, se perpetúa la desvalorización e invisibilización del trabajo de cuidado como un trabajo solo de las mujeres, y se exonera de responsabilidades de cuidado a los hombres. Este nexo contribuye a la perpetuación del patriarcado y el capitalismo para su continuidad en el mundo contemporáneo.
La pandemia ha conllevado a una mayor visibilización de la división sexual del trabajo. Esta podría ser también la oportunidad de reconocer socialmente el valor de los trabajos de cuidado, así como para proponer una acelerada redistribución de los mismos.
Caricatura: Quino