Bolsonaro y el espejo retorcido de Trump
Dos líderes de países miembros de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) han seguido fielmente los pasos del derrotado presidente Donald Trump. Uno, desde una posición inferiorizada, subalterna y neocolonial, es el presidente protofascista brasileño, Jair Bolsonaro. Otro es el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Comencemos por el segundo.
El líder del Likud pasó los últimos cuatro años en la forma de fusión, como un gemelo idéntico del ex-dueño de casino. Sí, se trata del más que polémico chovinista asumido y acusado formalmente de corrupción, Benjamin Netanyahu, que atiende por el apodo de “Bibi”. Las relaciones entre Israel y EE.UU. son de complementariedad, inclusive respecto a la masificación discursiva. Si por un lado el Estado sionista depende de la ayuda militar y financiera del Imperio, por el otro consigue imponer su agenda doméstica como si fuera de primera grandeza internacional para los estrategas de Washington.
Para quien aún tenga alguna duda de esa capacidad, sugerimos la lectura del libro de John Mearsheimer y Stephen Walt, “El lobby de Israel y la política externa de los EE.UU.” En esa obra seminal, la pareja de consagrados científicos políticos estadounidenses y profesores de Relaciones Internacionales - ambos muy vinculados al establishment de la oligarquía del Imperio – explicitan la relación directa y, por veces, subordinada de Estados Unidos con el gobierno de Tel Aviv .
De esa forma, Israel consigue imponer una agenda al Imperio, siendo el propio Estado creado a partir de la Nakba -en la guerra de limpieza étnica liderada por Ben Gurion, entre 1947 y 1949- una parte de la bisagra imperialista. Al contrario de Brasil, el Estado sionista opera como cabeza de puente de los cruzados, dirigiendo como en casa propia. Ya el gobierno acogido en Brasilia, por el propio peso gravitacional del país suramericano, tiende a entrar en ruta de colisión con la gravitación y proyección de excedentes de poder de Estados Unidos. En todos los territorios latino-americanos ocurre el mismo fenómeno pero, en Brasil, Argentina y México -por el tamaño y dimensión de estos países- la presión de los EEUU tiende a ser mayor, aunque con presencia directa menos perceptible.
Trump, el ídolo de Bolsonaro y la colonialidad de la posición subalterna
Existe un nivel de dependencia que se encuentra intrínsecamente ligado a los procesos de formación de los países latinoamericanos, y el mismo se refiere al concepto definido por Aníbal Quijano como “la colonialidad del poder”. De esa forma, la dominación se da tanto de afuera hacia adentro, como en un desembarque de fusileros navales en el inicio del siglo XX (entre 1898 y 1934) durante las llamadas “guerras bananeras”, sino que esta también puede existir en la estructura de mentalidad que organiza las instituciones nacionales. Así, por más osada que sea una correcta política externa, sin cambiar las correlaciones de fuerza domésticas, la tendencia de sumar ignorantes, imbéciles, arribistas y parásitos, todos debidamente colonizados intelectualmente, es gigantesca. Tal es el caso del desgobierno Bolsonaro y su espejo retorcido delante del ex-dueño de hoteles de lujo y presentador de reality shows.
El trumpismo tropical representa el conjunto de mensajes, signos, identidades políticas y posiciones reaccionarias mezclando un pasado conservador imaginario que pasa a relativizar el periodo colonial y la esclavitud. Ese conjunto de horrores ganó fuerza con la elección de Trump en 2016, no por casualidad el mismo año en que el gobierno de centro de Dilma Rousseff sufrió un golpe de Estado con sobrenombre de impeachment político. En su condición subalterna, Bolsonaro apostó que una relación “privilegiada” con el representante de la extrema derecha estadounidense podría suministrar algunas ganancias en términos diplomáticos y relaciones económicas. Nada de eso aconteció.
Los descalabros de la cancillería brasileña se abordarán en otro espacio. Ya las supuestas ventajas comparativas entre Estados Unidos y Brasil nunca existieron, concluyendo el gobierno de Trump con el anuncio de que la transnacional y montadora estadounidense Ford Motors va a cesar con todas sus actividades en Brasil proximamente. La desastrosa administración de Bolsonaro y Paulo Guedes nada hizo y tampoco nada hace para defender el empleo industrial en el país, culminando con la salida de una empresa que está en Brasil hace más de cien años. ¿Si eso caracteriza una “alianza estratégica”, como sería una “alianza táctica” con otro gobierno? Ningún gobierno “amigo” debería permitir la salida de una fábrica vinculada al tesoro de los EE.UU., dejando en depresión económica las regiones en que la empresa tiene instaladas sus plantas industriales.
El caso de la salida de Ford Motors sigue el patrón desde el primer viaje oficial del presidente Bolsonaro y toda su camarilla a Estados Unidos. En aquella ocasión, en marzo de 2019, de los cuatro puntos considerados positivos por parte de la comitiva brasileña, de modo pragmático sólo uno tendría algún significado concreto. Entre estos se encontraban: apoyo de los EE.UU. para la entrada de Brasil en la OCDE; inclusión de Brasil como aliado extra de la OTAN; visión positiva de asociaciones para interrogaciones diplomáticas y, finalmente, el inicio de conversaciones para firmar tratados comerciales, principalmente en el área de la agricultura. Tres alineaciones subalternas y una promesa de pragmatismo que no se materializaron. Al contrario, jamás hubo reciprocidad en términos efectivos entre el Ministerio de Relaciones Exteriores y el Departamento de Estado ameriKKKano durante aquel periodo. Además de la plegaria en defensa de la “civilización occidental” y otras fantasías reaccionarias, no hubo avance alguno respecto a ningún área.
El efecto final del “trumpismo en los EE.UU.” sin Trump en la Casa Branca bien podría ser la alineación de una legión con millones de manipulados mediante teorías conspirativas y alucinaciones semejantes, culminando con el ataque al Capitolio del seis de enero de este año. En Brasil, el trumpismo tropical podría recurrir a prácticas semejantes en 2022. Sin embargo, hasta ese entonces, el protofascismo tendrá que convivir con un “patrón diferente”, acordándose de quien hizo campaña en contra de su candidatura.
Bolsonaro y el aislamiento de Brasil en el sistema internacional
Dentro del proceso de reposicionamiento del Imperio bajo la administración de Joe Biden, el gobierno de la extrema derecha brasileña podría quedar aislado. Parece inevitable algún nivel de tensión en los temas de medio ambiente, en la reanudación de los Acuerdos de París y en iniciativas multilaterales en la prevención del cambio climático. Respecto a la defensa de la soberanía brasileña en la Amazonia sería posible un nuevo embate, ya que los EE.UU. pueden con Bolsonaro, al “villano perfecto”, siendo este aliado a Trump y defensor de las peores prácticas ambientales de la historia del continente.
Retomando el inicio del artículo, la diferencia entre Benjamin Netanyahu y Jair Bolsonaro es el peso relativo de cada uno de sus países. Israel se comporta con la misma arrogancia que la Sudáfrica de las décadas de 1970 y 1980 en el conflicto ampliado de África Austral. Brasil en cambio, bajo la tenebrosa administración de la extrema derecha aliada a especuladores y militares entreguistas, se revela como un gigante que le tiene miedo y vergüenza a su propio tamaño y peso. En vez de asumir su rol geopolítico y liderar el continente volviendo a las relaciones Sur-Sur, se contenta en ser subordinado a las agendas del Imperio, con el agravante de internalizar la agenda política doméstica para fines de maniobra y manipulación de amplias bases electorales.
La tendencia es que Brasil, de hecho, se ha convertido en un país que no se respeta en el sistema internacional en el periodo que le queda al desgobierno de Bolsonaro.
Publicado originalmente en portugués en el Monitor de Medio Oriente (monitordooriente.com)