Coronavirus: una situación límite para cambiar las máscaras
Este periodo global de pandemia evidentemente configura una situación límite en múltiples dimensiones sociales, culturales, sanitarias, económicas y ecológicas. Sin embargo, el masivo y veloz contagio del COVID-19 – al menos en lo personal- evoca el pensamiento del filósofo alemán Karl Jaspers, quien definía a una situación límite como aquel momento que nos enfrenta a los confines de la existencia que de alguna forma nos concientiza sobre la fatalidad y finitud, es decir, nos recuerda nuestra inevitable vulnerabilidad a pesar de todos los esfuerzos por aplacarla. Por ello -ante dichas situaciones ineludibles de la vida- podemos hundirnos en un ostracismo fatalista o asumir un actuar moral práctico liberado de convencionalismos, dogmas, ideologías o todo aquello que nos ata a negar la finitud y fragilidad de la existencia.
Ahora bien, mi afán no es exaltar posturas pesimistas; al contrario, es afirmar que esta situación límite nos debe conducir a tomar actitudes firmes pero diferentes frente a lo individual y lo social. Puede sonar existencialista pero la idea es que reconocer nuestra finitud es la oportunidad para cambiar nuestras condiciones vitales; en otras palabras: no podemos seguir viviendo mientras negamos la fragilidad de la vida, más aún en una sociedad fundamentada en la subyugación de las grandes mayorías que pretende imponer un falso modo de vida el vivir infinitamente lo finito que busca convencernos – cubrirnos los ojos – que podemos vivir (o mejor dicho comprar) ilimitadamente a pesar de la finitud de todo. Vale citar a Ernesto Sábato, quien afirmaba que todas las personas -como en el antiguo teatro griego- portamos múltiples máscaras que se acoplan a las diversas ocasiones de la vida para nunca mostrarnos como somos. Igualmente, Pirandello señalaba que estas máscaras imposibilitan rastrear el yo y la identidad de cada una porque no permiten que seamos quienes realmente somos.
En este contexto, el capitalismo neoliberal nos desborda con máscaras que pregonan el sálvese quien pueda y que han minado nuestra individualidad y también nuestra comunalidad. Prueba de ello es la continua desinstitucionalización y privatización de los sistemas sanitarios en buena parte del mundo. Revisemos en particular el caso de Italia -el segundo país más afectado por el COVID-19 con más de 26mil contagiados y 2500 muertos al 17 de marzo con una afectación proporcional mayor a la de China- que enfrenta el colapso de su sistema como resultado de un política económica – impuesta por la Unión Europea – que ha primado la reducción del déficit a través del ahorro fiscal que en una década ha retirado 37 mil millones de euros para la atención de la salud italiana [1,2]. Si bien el total de la inversión en las últimas 2 décadas ha girado en torno al 7% del PIB, no han existido incrementos considerables acorde al crecimiento de la economía, la población y la inflación. A esto se suma una actitud de abandono del sistema público que ha desencadenado en precariedad, cierre de hospitales, manifestaciones sindicales por falta de personal, reducción de 70,000 camas en una década y de un 30% de camas para terapias intensivas indispensables para el tratamiento del Coronavirus [3]. Esto termina por traducirse en pérdida de vidas humanas, porque la atención médica este momento es priorizada, es decir, existen pacientes afectados por COVID-2019 en estado grave que no son atendidas por la falta de capacidad.
Son en estas situaciones donde las máscaras capitalistas se dejan ver, porque mientras se pierden vidas humanas ahorrando presupuestos para pagar deudas a organismos internacionales, el sector privado italiano avanza con una concentración del 48% de establecimientos médicos -si hablamos de laboratorios con más del 60% de concentración- lo cual obliga a la población a acudir a hospitales privados o mixtos con precios inalcanzables, convirtiendo un derecho en un privilegio para quienes lo pueden pagar. O la terrible situación de miles de personas jubiladas que sumada a la preocupación del contagio deben pensar en su futuro próximo, porque se vieron forzadas a invertir sus fondos en la bolsa que cada día pierde billones en todo el mundo.
También en el plano individual las máscaras nos perturban, porque nos niegan una identidad consciente de la realidad es más, la esquizofrenia del sistema – en términos de Deleuze y Guattari – nos arrincona a una permanente disonancia cognitiva entre las creencias capitalistas y la propia afirmación de la vida. Tal vez así podemos comprender por qué en medio de una crisis sanitaria existen personas que acaparan insumos de primera necesidad, hacen caso omiso de las restricciones y se van de vacaciones, de fiesta, o que deciden disfrutar la vida como si no hubiese mañana. Claro está: es el sálvese quien pueda y el que tenga el dinero para pagarlo. Estas personas que actúan irresponsablemente -en lo individual y colectivo- no es que desconocen el alto riesgo del Coronavirus, sino que mientras exigen que las demás cumplan con las medidas de seguridad, ellas deciden vestir la máscara del dejar hacer y dejar pasar, como sucede con el Reino Unido y su gobierno que ha preferido sacrificar a su población que parar la economía.
Entonces, en este pasaje neoliberal no se trata sólo de evitar o huir de la muerte de forma egoísta, sino también de negar el sentido finito de la vida misma para en su lugar privilegiar la producción mercantil o la creencia de que la posición socio-económica nos coloca más allá de cualquier peligro o vulnerabilidad. El correlato de dicha negación la podemos palpar en nuestro país, cuando parte del sector productivo-empresarial prefirió arriesgar la vida del personal dando mascarillas para amagar que parar el negocio, cuando autoridades públicas obligaron hasta el último momento a laborar a sus funcionarias a puerta cerrada, o cuando se dictan medidas ignorando las múltiples condiciones de vulnerabilidad a las que se enfrentan mujeres, NNA, diversidades, adultas mayores, informales, sub y desempleadas, personas con enfermedades catastróficas.
Situaciones límites como las que estamos atravesando revelan – como se suele decir – lo mejor y lo peor de todas al estar recubiertas por máscaras que impiden comprender que más allá de esto hay nada. Que sean estos momentos in extremis los que permitan usar otras máscaras para adoptar actitudes diferentes que afirmen la vida como son tantas expresiones de solidaridad, alegría, empatía entre la gente y por qué no avanzar a nuevas y diversas formas de relacionamiento, organización, distribución y de vida. Basta mencionar las iniciativas como son las redes de apoyo profesional, psicológico, artístico y comunitario que se han formado y fortalecido, que en el caso de Italia se han plasmado en el condominio entero cantando y bailando o en la ayuda al incansable personal médico. Porque lo contrario es negar la realidad y actuar como si nada, con nuestras clases virtuales, esperando que acabe pronto la cuarentena o como el gobierno italiano que pretende aplacar la crisis sanitaria, acelerando la graduación de profesionales de la salud y ofreciendo contratos temporales de 6 meses para cubrir los vacíos de personal en lugar de reformular el sistema de bienestar social, reflejando que no hemos entendido lo que estamos atravesando.
Para concluir, no estoy afirmando que vamos a salvar el mundo a partir de la crisis del COVID-19, porque estas máscaras individualistas y egoístas son tan profundas que forman nuestra subjetividad misma, pero reitero: esta es una oportunidad para ponernos otras máscaras que comprendan que la vida finita es también colectiva y necesitada de empatía, solidaridad, sororidad, complementariedad, equidad, igualdad. Tomando palabras de la pensadora hindú Gayatri Spivak ¿no será momento de dejar hablar y escuchar a los discursos y máscaras de las subalternas? Al menos no dejemos de hablar y pensar en alternativas o en otras relaciones y sentimientos posibles.
Referencias bibliográficas:
[3]https://www.izquierdadiario.es/El-sistema-sanitario-italiano-se-derrumba-bajo-el-peso-de-los-recortes-y-la-crisis-del-coronavirus
Referencia fotográfica:
www.elpais.com