Guerra imperialista en Ucrania
En Occidente, vuelven a sonar los tambores de la guerra, ante un posible conflicto bélico frontal en Ucrania. Una vez más, el territorio disputado entre Rusia y Ucrania, la península de Crimea como también Donetsk y Lugansk, vuelven a ser el centro de las tensiones geopolíticas del antiguo conflicto entre EE.UU. y Rusia, reciclado de la Guerra Fría. La explosividad de la situación actual se acelera con las provocaciones discursivas y amenazas provenientes sobre todo de Reino Unido, la Unión Europea y EE.UU. En conjunto, se intenta integrar a Ucrania a la estructura financiera-militar de Occidente, con su brazo crediticio, el FMI y BM y su brazo militar, la Organización del Tratado del Atlántico Norte -OTAN-. Dentro de esta lógica, se podría estar reconfigurando el más reciente conflicto imperialista. Este, desde ahora, solo podrá tener un ganador: la gran industria militar, uno de los pilares centrales del sistema capitalista.
El estímulo económico de la guerra, con todo el movimiento que implica el complejo industrial militar a nivel mundial, generaría la estabilidad y el discurso necesario para sostener sociedades en profunda crisis. Inclusive sostener el conflicto ucraniano a flote, ya cumple con la función geopolítica necesaria contra Rusia. Ucrania podría convertirse en el más reciente de los Estados fallidos que son dejados atrás por EE.UU. y las naciones imperialistas tras una guerra, como Somalia, Libia, Afganistán o Irak.
En febrero de 1990, el entonces Secretario de Estado de EE.UU., James Baker, le habría prometido a Gorbachov la no expansión de la OTAN hacia el Este de Europa como condición de que el último Presidente de la URSS acuerde una reunificación de Alemania. Aunque no presupone un pacto firmado y la URSS se disolvió en 1991, la expansión imperialista de Occidente hacia Rusia es una constante en la historia. Una inclusión de Ucrania en la OTAN sería comparable a que Rusia incluya a México en un tratado militar de defensa mutua en contra de EE.UU.
El resurgimiento de Rusia como una potencia, se da en paralelo y simultáneo al declive de la influencia de los EE.UU. en Europa, en la primera mitad de la década del 2000, generando un cambio en la correlación geopolítica de fuerzas. Así, Rusia se consolidó como una potencia energética del nuevo siglo, y estableció relaciones comerciales, que antes no eran considerables. Un nuevo conflicto que copia la retórica de la Guerra Fría, vuelve a bipolarizar el mundo, entre el gran Occidente, y el conflictivo Este. Ya Putin advirtió de una posible “guerra sin ganadores”, en la que tanto Rusia, como los países miembros de la OTAN podrían verse involucrados.
A lo largo de la historia, el carácter belicista de la UE y EE.UU. se devela también como constante. Posterior a la preocupación que generó la cercanía entre Berlín y Moscú, con intercambios comerciales importantes, una nueva era de dominio o protagonismo político de Gran Bretaña se inauguraba en el 2011. Para la política pro occidental liderada por Londres, la nueva zona de amortiguamiento: Lituania, Estonia, Letonia y Ucrania, era elemental para evitar un conflicto de poder. Sin embargo, el conflicto ucraniano ha generado todo lo contrario, potencializando los roces entre Rusia y Occidente. Desde 2014 Ucrania ha permanecido en una situación de guerra de media y baja intensidad. La descomposición social -configurada dentro de una grave crisis económica- generó rupturas internas en la clase trabajadora, y ha generado también una repotencialización de organizaciones neonazis, con carácter paramilitar que logran ejercer un poder importante en las calles de Ucrania. Resulta innegable que las crisis en el capitalismo siempre logran fascistizar a grandes segmentos de la población.
El rol histórico de la OTAN fue ser la punta de lanza de la maquinaria militar capitalista en contra del campo socialista, en su lucha global contra el comunismo. Después de la desaparición de la URSS, la OTAN atravesó un periodo de sin razón, volviendo a ser activa con el genocidio en Kosovo, Serbia y Montenegro, para enfocarse en la guerra contra el yihadismo desde el 11 de septiembre de 2001. En 2022, esta organización militar imperialista vuelve a ser un instrumento revivido de la ya enterrada Guerra Fría en contra de Rusia.
Vladimir Putín respondía a las provocaciones de Occidente: “si Ucrania entra en la OTAN e intenta recuperar Crimea por medios militares, los países europeos se verían arrastrados a un conflicto militar con Rusia”. En este contexto, Putín hizo referencia al Art. 5 del Tratado del Atlántico Norte, el cual define la retaliación mutua, involucrando de forma automática a todos los Estados Miembros de la OTAN en una guerra imperialista con Rusia. Esta guerra incluiría también a Colombia, único miembro latinoamericano como socio global de la OTAN.
Las tensiones entre Occidente y Rusia escalaron en el Euromaidan, ciclo de movilizaciones proeuropeas que se desarrollaron entre noviembre de 2013 y febrero de 2014. Este conflicto político, el cual terminó con la destitución del entonces presidente Yanucovich, se constituyó como golpe blando financiado por el imperialismo de UE y EE.UU. para direccionar al país hacia la esfera de influencia occidental. La destitución se había provocado por la negativa a la firma de un TLC y un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, primer paso de Ucrania para alcanzar el estatus pleno como Estado Miembro. En este proceso, Occidente financió fracciones paramilitares neofascistas ucranianas, que en conjunto con las fuerzas represivas nacionalistas terminaron asesinando a más de 80 personas e hiriendo a más de 2.000.
Después del golpe de Estado, Crimea declaró su intención de adhesión a Rusia en 2014 por referéndum, mientras las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk se declararon independientes de Ucrania en abril de 2014. Estos tres territorios con evidente tendencia prorrusa, se han mantenido en una disputa imperialista desde 2014.
La adhesión a la UE siempre estuvo considerada en conjunto con la entrada a la OTAN, modus operandi común de la expansión imperialista hacia Europa del Este. Desde 2004 y con la potencial entrada de Ucrania a la OTAN, Rusia se encuentra rodeada en su flanco occidental, excluyendo actualmente tan solo a Bielorusia. En la actualidad, Ucrania mantiene una “Asociación por la Paz” con la OTAN desde 1994 y una “Asociación Distinguida” desde 1997, por más irónico que esto pueda sonar.
Este posible conflicto bélico esperado y augurado por EE.UU. y Reino Unido, agudizó las tensiones desde el 2017, cuando barcos ucranianos participaron activamente en operaciones navales de la OTAN en el Mediterráneo. De consolidarse la adhesión de Ucrania a la UE y la OTAN, Occidente lograría una de sus prioridades geopolíticas: aislar a Rusia de la influencia europea. Más allá de eso, una gran guerra siempre ha sido una táctica económica importante, siendo la guerra uno de los negocios más lucrativos a lo largo de la historia. Tampoco es coincidencia que las potencias imperialistas sean las productoras y exportadoras de armas más importantes a nivel global. En las últimas semanas, Ucrania ha recibido toneladas de armamento de Estado Unidos, prestamos desde Inglaterra para comprar armamento a Inglaterra, y demás ejemplos.
No nos confundamos: tanto EE.UU., como la UE y Rusia son naciones imperialistas, y por lo tanto profundamente capitalistas. El conflicto geopolítico-comercial entre las fuerzas de Occidente, representadas por los Estados Unidos y la Unión Europea, y Rusia se han ido agudizando en la última década, con el ingreso a las fuerzas de la OTAN, del cinturón postsoviético, ahora prooccidental. En el caso de desembocar en un conflicto bélico directo, este sería la más reciente de las guerras imperialistas libradas por el capitalismo global en tiempos de crisis. Y no, ningún remanente ideológico de la memoria de la URSS está en juego, al contrario de lo que ilusamente ficcionan algunos sectores de la izquierda reaccionaria.
Una posible guerra entre Occidente y Rusia volvería a poner a rodar la maquinaria bélica del capitalismo, en una de las maniobras sistémicas más recurrentes en tiempos de las crisis múltiples. No cabe duda de que el único ganador de un conflicto bélico imperialista sería el complejo industrial militar, ligado de forma inseparable al gran capital global. El imperialismo y el belicismo que este destila precisan ser derrotados en todas las latitudes, provenga de Rusia, EE.UU. o cualquier otra nación con aspiraciones regionales o globales de dominación militarista.