La falta de creatividad de Rodas
El pasado 9 de octubre, el alcalde de Quito Mauricio Rodas dio a conocer el logo para el Metro de la ciudad para el cual se destinaron 40 mil dólares de las y los quiteños. Sin embargo, después de la presentación oficial de la identidad del metro, se desató en redes sociales una álgida discusión sobre el logo al demostrar la poca originalidad del mismo ya que resulta ser idéntico –por no decir el mismo pero con otros colores- al logo de una empresa que ofrece servicios de marketing y comunicación.
Bajo el argumento de que la similitud no implica apropiación intelectual, los “creadores” del logo y ganadores del concurso para la imagen del Metro de Quito pretenden justificar la ya desacreditada autenticidad de esta simbología. Por otra parte, la administración municipal encabezada por Rodas apela a elementos como la unión, movimiento y conexión como características que representan la imagen concebida por el discurso oficial como “un nuevo símbolo para un nuevo Quito”.
Ni el fallido intento por democratizar y transparentar el proceso de selección del logo a través de la votación - significativa según el alcalde capitalino - de diez mil personas a través del portal institucional del municipio, aportó a superar la ya evidenciada falta de creatividad de la administración de Rodas calificado en el argot popular como “el maquillista urbano”.
A puertas de culminar la administración municipal y a falta de obras que aporten a fortalecer la identidad plural de la quiteñidad, el trabajo del maquillista se ha intensificado, hecho que se articula a su vez con el discurso y campaña de persecución y represión a las expresiones artísticas, culturales y sociales que tienen por objetivo tomarse el espacio público, como el grafiti. La cuestionada imagen del Metro de Quito denota la predilección estética de Rodas por lo que una empresa de renombre pueda generar y el repudio a la estética popular y diversa.
El logo del Metro, además de evidenciar la falta de creatividad del Alcalde, evidencia la conformidad de las dependencias y empresas municipales, las cuales han dado muestra, durante estos casi cinco años, de su incapacidad de innovación y propuesta. Según la empresa encargada de la elaboración del símbolo del metro, hay un proceso creativo y profesional que cuenta con los respaldos correspondientes; sin embargo, las reacciones ciudadanas por la falta de autenticidad del Metro denotan que a los creadores les hizo falta inspiración y que a Rodas le falló el gusto estético.
El discurso oficial del municipio pretenderá echarle la culpa a los “miles de votantes” que eligieron el logo presentado como la opción favorecida y, como de costumbre, no asumir la responsabilidad frente a la imposibilidad de construir símbolos que apelen a la identidad plural de la ciudad, a la recuperación de la memoria histórica o a la diversidad que no encuentran cabida en el imaginario de la municipalidad. El espacio público en Quito entonces, responde a la lógica de la cultura dominante que tiene como objetivo invisibilizar y reprimir la heterogeneidad de identidades que conviven en la ciudad lo cual se articula además con la falta de atención a las problemáticas diversas de los sectores populares de la capital.
Sin embargo, no es solo la administración de Rodas la que a través de la producción simbólica ha reproducido una identidad homogénea del ser quiteño (hombre, blanco-mestizo, clase mediero). Alcaldías anteriores tampoco han podido superar imágenes como la del chulla quiteño representada por Don Evaristo -sin desmerecer lo que este personaje a representado para la ciudad-, los toros, las fiestas de Quito como reflejo de la celebración de la colonización y el ultraje a nuestra identidad, el panecillo, entre otros símbolos manipulados y configurados a su conveniencia por el discurso dominante.
En conclusión, la controvertida selección del logo del metro de Quito nos debe motivar a reflexionar y debatir sobre la identidad de la ciudad y la forma en cómo nos interpela. En esta discusión entran en contradicción las perspectivas tradicionales homogéneas de la quiteñidad y aquella de carácter plural que surge en contraposición al discurso dominante y que reconoce que Quito no empieza en Carcelén y termina en el Recreo. Esta reflexión aportará a su vez a reconocer que los problemas de la ciudad no se limitan a los baches o el tráfico capitalino, sino a matrices de relacionamiento que legitiman la pobreza, la discriminación, el machismo, el racismo, la xenofobia, entre otras dinámicas que se cuestionan y superar a través de la diversidad.