Oro olímpico, solidaridad e hipocresía
Este 1 de agosto, la halterista Neisi Dajomes se convirtió en la primera atleta mujer en ganar el oro olímpico del país. La joven de 23 años, además de la presea dorada, se ha ganado el cariño y admiración de todo el Ecuador. Neisi pasa a la historia deportiva del país conjuntamente con Richard Carapaz y Jefferson Pérez como medallistas olímpicos, así como con Alexandra Escobar, Glenda Morejón, y tantxs más.
Como en la semana pasada, inmediatamente las redes se llenaron de mensajes de felicitaciones y orgullo nacional. En el mundo de la prensa alternativa y los movimientos sociales, se hizo énfasis en las raíces de la atleta, y en el mérito que significa sobresalir en un deporte principalmente masculino, y sin el apoyo estatal adecuado.
Neisi es hija de una pareja de refugiadxs-desplazadxs-migrantes colombianxs, radicadxs en la ciudad del Puyo, en la Amazonía ecuatoriana. Inevitablemente la mirada interseccional, permite comprender más profundamente la realidad, y genera herramientas más complejas para tocar varios temas, como son: el Estado como mecanismo de exclusión y apropiación, el nacionalismo y la solidaridad.
El Estado es un mecanismo de exclusión, y la Nación es un mecanismo de identificación poderoso. Históricamente, el Estado nación se consolidó como un sistema de exclusión de un otrx no deseado, con la conformación de una identidad nacional, pero también de clase, étnico-racial, masculinista, heteronormada y atropocéntrica. Esto finalmente conforma la estructura del sistema capitalista-patriarcal-colonial-especista en su complejidad.
Conforme el paso del tiempo, los mecanismos de exclusión se han ido legitimando, perfeccionando y profundizando. Los Estados nacionales siempre han generado mecanismos de exclusión perversos contra las personas en situación de movilidad, como son migrantes, refugiadxs y desplazadxs. Excluyéndolas de ser receptores de derechos elementales, como el acceso a la educación, a vivienda digna, salud, trabajo, representación, colocándolas en posiciones de vulnerabilidad a la trata de personas, y siendo víctimas de la criminalización de la pobreza y la movilidad humana, con la militarización de fronteras y la persecución.
El Ecuador es el país que ha recibido a la mayor cantidad de personas en situación de movilidad en Latinoamérica. Hasta el 2020, el país reconoció a casi 70 mil personas como refugiadas, siendo la gran mayoría personas víctimas de desplazamientos formados en Colombia. Según ACNUR, 25 mil personas se encuentran en espera de la respuesta a su solicitud de refugio, y hasta el año pasado, el país albergaba a casi 400.000 migrantes venezolanxs.
Podría especularse con que el Ecuador es un Estado solidario, pero la realidad es bastante distinta. Como cualquier Estado, los mecanismos de exclusión que este ejecuta contra la población migrante, son violentos. Por suerte no al punto de violencia que se vive en el capitalismo profundo, como en Estado Unidos con cárceles infantiles y su política de deportación; Europa con sus fronteras marítimas como cementerios improvisados; México y Centro América con los bolsones de pobreza y “la bestia”; Libia con los mercados humanos -con cárceles corporativas que le pagan al Estado por persona capturada-; Marruecos, Turquía, entre otros monstruos.
En fin, para complementar la lógica de exclusión del Estado, necesariamente existe una normalización y justificación de estos mecanismos perversos, por la gran mayoría de la población. Hace 15 años era completamente común escuchar un sinnúmero de apelativos despectivos contra colombianxs en el país. Es innecesario especificar cada uno, pero si es necesario puntualizar que la población de migrantes colombianxs en el Ecuador, no la tuvo fácil ni color de rosa para poder continuar con su vida aquí. Con este estereotipo tuvieron que luchar cubanxs y haitianxs hace 10 años, y ahora venezolanxs. La realidad es que el Estado necesita explotar este compuesto ideológico, para poder sostener los mecanismos de exclusión con la cantidad adecuada de legitimidad.
Este mecanismo de exclusión que es el Estado, constituye el orden del capitalismo y su perversidad inherente. Genera mecanismos de cosificación-explotación-opresión, y en última instancia de eliminación de ese otrxs no deseadx. Es perverso en cuanto se monta de una forma en la que sostiene una serie de metarelatos y discursos, que justifican y promueven la anulación de este otrx no deseado, tanto de forma simbólica, como material. Recordemos a Moreno hablar de los feminicidios como “un problema importado”, después de la tragedia con Diana en Ibarra; o de las promesas de Yaku y Lasso de “limpiar” al Ecuador de la criminalidad -una vez más- importada.
En este sentido, el capitalismo es la materialización de las perversiones económicas y políticas que sostienen y reproducen las desigualdades todas. Es totalmente comprensible que esa sea la posición del Estado, que sostiene la dictadura de la clase burguesa. Lo que queda en cuestión, es el fenómeno de reconocimiento y enaltecimiento del origen migrante de Neisi.
Que no se confunda el texto, por supuesto que es importante reconocer esta intersección de los sistemas de explotación-cosificación-opresión que recaen sobre Neisi. La reivindicación poderosa de ser mujer, negra, hija de migrantes y empobrecida, necesariamente genera un menaje de resistencia y resiliencia a un sistema de sistemas absolutamente cruel.
Sin embargo, es necesario volver a tematizar los procesos de apropiación del Estado, sobre los esfuerzos de lxs atletas, en quienes no hace inversión alguna, y siendo el deporte una de las carteras que ha dejado en el olvido. Pero también los procesos de apropiación de esos esfuerzos colectivos, y no individuales de las personas, por parte de la Nación, como sentido de pertenencia. La descontextualización podría colocar al triunfo de Neisi como fruto de un esfuerzo individual, que lamentablemente refuerza el mantra capitalista de la meritocracia. Cuando la realidad es que detrás de Neisi están una serie de personas, entre ellas su madre y su hermano, pero también su entrenador y todxs quienes en red logran sostener los procesos de los individuos: frente al abandono estatal, sostén colectivo.
Por otro lado, esa reivindicación migrante, poco o nada ha tocado a fondo el hecho de que Neisi y su familia son sobrevivientes del terrorismo de Estado en Colombia, del paramilitarismo, y del imperialismo criminal. Así como esa misma militancia que ahora ha llorado de la emoción con el triunfo implacable de Neisi, poco ha denunciado el reciente recrudecimiento de la represión y del desplazamiento formado de casi 4000 personas de Ituango, por grupos paramilitares en Colombia.
La población ecuatoriana en general, y los movimientos sociales y los medios digitales en particular, casi no se inmutaron por el terrorismo de Estado en magnitudes brutales vividos por el pueblo durante el Paro Nacional en Colombia. El miedo a la censura, en conjunto con la indolencia, la pobre organización y la precariedad ideológica, hicieron de las suyas.
El peligro de la crítica superficial, es que podría quedarse en la simple espectaculariación de la pobreza, de la migración, del ser mujer, del ser mujer negra. La solidaridad debería ser un ejercicio de consciencia de clase, y un ejercicio permanente. No debe dejar espacio a ninguna apropiación, y sobre todo, debe hacernos comprender que somos el mismo pueblo, asediado por los mismos monstruos y junto en la resistencia.