Una maquinaria de muerte llamada neoliberalismo
Las imágenes que se viven en estos días y semanas en el país -epicentro Guayaquil- estremecen al Ecuador y al mundo. La situación parece sacada de una película distópica, con fallecidxs en las calles, familiares que creman sus cadáveres de manera artesanal y un Estado que brilla por su ausencia.
Ante la actual situación desoladora e indignante, y las condiciones infrahumanas a las cuales se encuentra expuesto el pueblo de Guayaquil y en menor medida todo el pueblo del Ecuador, debemos responder a la incógnita central de la pregunta: ¿cómo pudo ser que la pandemia se salga tanto de las manos? La verdad es que no podríamos estar en peores manos que en las actuales, con una administración que comprende a la salud como una inversión innecesaria, concibiéndola como nada más que un número rojo entre el “gasto” corriente del Estado.
Más allá de la especulación, este precepto no corresponde a una falencia accidental de gobierno ni resulta ser coincidencia alguna: corresponde directamente al sistema de creencias de nuestras élites políticas y económicas. Los memorandos firmados con el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, etc., condicionan al Ecuador a recortar la salud, la educación, los puestos públicos y demás “gastos superfluos” del Estado. El Gobierno Nacional se aventuró a una crisis autoinducida, justificando los recortes con meros formalismos con la administración anterior, como suele ser tan común en el Estado burgués. El neoliberalismo predica una estatalidad mínima, replegando la asistencia pública y social a lo absolutamente fundamental, privatizando áreas de competencia del Estado y relegándolas al amparo y cuidado de la empresa privada. En tiempos de crisis llegamos a conceptualizar la dimensión real a la que conllevan decisiones de índole política de tal naturaleza y nos damos cuenta de que el sector privado jamás podría suplir el derecho humano que presupone el acceso a una salud pública digna y eficiente.
Al mismo tiempo, en estas semanas de pandemia, se multiplican los despidos. Desde empresas como Confiteca, pasando por empresas constructoras y florícolas, un sinnúmero de empleadores despide a la totalidad de su plantel de forma intempestiva, alegando causas de “fuerza mayor”. Tan sólo en las últimas semanas, en estos sectores se han despedido un aproximado de 1.300 personas. Estas familias quedan en el desamparo completo, ante la clara falta de medidas estatales que garanticen su derecho a sostener la vida.
En el sector público, el panorama no parece ser más alentador, aunque despedir a servidorxs públicxs en estas semanas resultaría desfachatado hasta para el propio gobierno. Sin embargo se multiplican las denuncias de impago de sueldos y de pagarés al fin del mes entrante. Esto es posible a causa del marco legal expedido por el Ministerio del Trabajo, el cual en aquella ecuación laboral protege únicamente al empresariado y ni en lo más mínimo a lxs trabajadorxs.
Este es el gobierno del pago de la deuda externa, el cual hace tan sólo 5 meses hacía recortes en salud y el despido de más de 2.500 servidorxs públicxs, entre enfermerxs, médicxs y especialistas, en el 2019. Este también es el gobierno que el año pasado declaraba la innecesidad de construir más hospitales, que la gente se escapa en un hospital de 500 camas, que mejor pasaramos a la telemedicina.
Un gobierno que se ponía como objetivo el llegar a ser parte de la Organización Económica para la Cooperación y Desarrollo -OECD- ahora no sabe qué hacer con lxs muertxs en las calles de Guayaquil. Familiares desesperadxs y doloridxs dejan en la acera a cuerpos con días de descomposición o proceden ellxs mismxs a cremarlos. Todo, ante la ineptitud y la falencia estructural de las autoridades “competentes” y el Gobierno Nacional, qué con absoluta mediocridad, ni siquiera ha podido dar respuesta a la emergencia sanitaria que vivimos. Un gobierno que se quería autocatapultar a la ilusión efímera del “desarrollismo”, entrará en la historia como el gobierno que prefirió el pago a la deuda externa a las vidas de su pueblo.
En las propias palabras del presidente Moreno: “Es el momento de decir la verdad”. El sistema de salud del Ecuador no colapsó con la llegada del Covid-19. La pandemia ya se anunciaba a mediados de enero de este año y el Estado no precauteló un escenario que en aquellos momentos ya era predecible. La verdad es que cuando la pandemia irrumpió en Ecuador, nuestro sistema de salud ya se encontraba colapsado y precarizado a más no poder.
Dejando todo esto de lado, las autoridades gubernamentales siguieron insistiendo en disminuir el tamaño del Estado, ara beneficiar -como siempre- a la oligarquía local y contentar a la oligarquía crediticia del Norte. En tres años, el gobierno de Lenín Moreno redujo un promedio del 30 % del presupuesto en salud.
El consecuente, sistemático y progresivo desmantelamiento de las instituciones públicas terminó por generar el caos, la conmoción social y las escenas de desolación que vivimos hoy en Guayas y otras regiones del Ecuador. La situación en la que nos encontramos como sociedad es únicamente crédito de Lenín Moreno, María Paula Romo, Paúl Granda, Paúl Jarrín, Richard Martínez y de Otto -“el de la foto”- Sonnenholzner.
Que el pueblo no se olvide de lxs responsablxs de lxs muertos en las calles, los hospitales colapsados y la infraestructura en salud desmantelada con la que el Ecuador afronta en estos momentos el desafío humano de mayor trascendencia desde la Segunda Guerra Mundial. Que no se nos olviden las caras del gobierno que dejó morir a su pueblo, al que le importó más el obedecer a nuestros deudores que al soberano.
En estos términos, no queda nada por esperar de un Estado que nos condena a la muerte, que antepone intereses económicos y crediticios, a la vida. Ahora que los recortes, los despidos, las condonaciones de impuestos por 4.600 millones de USD a lxs industriales y banquerxs en el año 2019 ya no son reversibles, el único consuelo que ofrece el gobierno al pueblo es una caja de cartón en la cual enterrar a sus muertxs. El neoliberalismo mata.
En términos históricos y globales, nos encontramos ante una decisión que marcará un antes y un después para nuestra existencia. El panorama actual que vivimos en Ecuador es tan sólo una expresión más del capitalismo que nunca respondió a las demandas del pueblo. Ante las opiniones que prefieren imaginar el fin del mundo antes que el fin del capitalismo, no cabe duda de que se trata de un ahora o nunca. Llegó la hora de pensar y practicar formas alternativas de sostener la vida en comunidad y solidaridad: un proyecto diametralmente opuesto al que nos ha llevado hasta aquí. Llegó la hora de organizarnos por la vida.
Fotografía:
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